top of page

Pastel de cumpleaños

  • Cristina Gimenez
  • 10 feb 2014
  • 4 Min. de lectura

Estás ausente. Todos conversan animadamente y hacen bromas, menos tú. Hasta el tío Julio ha empezado a contar chistes que seguro irán subiendo de tono en un rato. Casi no has hablado en toda la comida, y, si se dirigían a ti, respondías con monosílabos. Estás con la mirada fija en un punto impreciso de la mesa y desmenuzando, con la cucharita, el riquísimo pastel de cumpleaños de los ochenta años de la abuela que mamá ha preparado con tanto amor. En una semana es el tuyo, y no has mostrado ningún interés cuando te preguntaban. Recuerdo de pequeña cómo envidaba este día, porqué tú siempre celebrabas el cumpleaños con la abuela; siempre había dos pasteles y soplabais a la vez y después, os contabais el deseo pedido. Y yo, nunca llegué a conocer ni uno de vuestros deseos. Hoy, un segundo antes de soplar, la abuela te miró y estoy convencida que el deseo fue para ti, para que te pusieras bien. Y tú, seguro que ni te distes cuenta.

Sé que hace meses que casi no nos dirigimos la palabra y que sé de ti porqué pregunto a mamá cuando la llamo, pero ella no me cuenta la verdad. Mamá piensa que yo ya no debo preocuparme más por ti, que debo dedicarme a mi vida y al niño que estoy esperando. Sé que piensa que es su responsabilidad y no la mía, pero joder, yo sí quiero ayudarte. Si tú me dejaras, si supiera como acercarme a ti, nos sentaríamos con un chocolate caliente encima de tu cama como hacíamos cuando alguna de las dos sufría de amores en nuestra adolescencia… Si pudiéramos volver a tener catorce años, te juro de que no te dejaría ni un momento sola. Te juro que nunca te hubiera dejado ir a aquella fiesta donde te ofrecieron cocaína. ¡Mírate hermana! Tú que siempre has sido la guapa de las dos, la que todos se giraban a contemplarte cuando entrábamos en cualquier bar, y, ahora, me das pena. Tu melena rubia ha perdido el brillo y ya no se cuanto hace que no te veo sin estas ojeras negras. Además, me he fijado que te falta otro diente. Si al menos engordaras un poco y no se te marcaran tanto los huesos de la cara, quedaría algún rastro de lo hermosa que habías sido. Pero ahora das asco. Has perdido el poco culo que tenías y ya ni con pecho te vas a quedar. Píntate, arréglate…quítate los piercings de la cara. Haz algo para ti de una vez en tu vida. Y por favor, no dejes que te hagan más tatuajes. Son horribles.

Mamá me dice que ya no tomas drogas, que vives con ella y con papá otra vez a cambio de que dejaras la heroína, pero no me lo creo. Viéndote así, temblando, se que aun tomas. ¡Y después de todo el dinero que papá gastó en ti para que salieras de ese mundo! Te ingresó en un centro de desintoxicación donde estuviste seis meses. ¡Seis meses! Para nada. Mamá aun cree que te vas a curar, que volverás a estudiar en la academia de fotografía y que encontrarás un buen trabajo. Ella cree que llegarás a tener una vida normal, casarte de blanco y tener hijos. Y ser feliz. Ella realmente cree que podrás ser feliz. Ella aun cree, pero yo… yo creo que no.

¿Te acuerdas cuando hacías fotografías? A tus dieciocho años ya habías ganado un par de concursos con renombre y ahora, cinco años después, no veo ni una pizca de aquella que eras. A veces he pensado en regalarte una bonita cámara para que te inspirase y volvieras a fotografiar, pero seguro la vendes cómo has hecho con la que teníamos. Como has hecho con casi todo. Aunque sabes, por muchos años que pasen, nunca podré perdonarte que vendieras el anillo de la bisabuela.

Te has llevado un trozo del pastel hecho trizas en la boca, pero continuas impasible. ¿Qué te pasó? ¿Por qué no supiste decir que no? Siempre te han gustado las emociones fuertes, sentirte protagonista de tu vida. Te creía valiente. Poderosa. Eres mi hermana pequeña y me dabas mil vueltas en muchos temas. Y ahora, ya no sé como mirarte. Supongo que todo cambió después de aquel día que me dijeron que te habían visto pidiendo limosna en las escaleras de la iglesia. El domingo de misa. No me lo creí y fui con el coche a comprobarlo. Y ahí estabas. Tan colocada que no debías acordarte ni de tu nombre. Con un vaso de plástico de la coca cola perseguías a las abuelas para que te dieran algunas monedillas en nombre de Dios. En nombre de un Dios misericordioso y compasivo, decías. Me quedé aparcada justo enfrente, con doble intermitente, pero no me vistes. Te tiraban monedas, a causa de una mezcla de miedo y pena, hasta que salió el capellán y te echó de ahí. Tú empezaste a gritar estupideces y a maldecir a Dios y todos sus santos y vírgenes hasta que apareció la policía. Yo te miraba, y no hice nada; no salí a salvarte. Te observaba mientras la policía se acercaba y te esposó. Te subieron al coche a empujones. Supongo que te llevarían al hospital. Lo vi todo y no hice nada.

Lo siento. Lo siento mucho por no haberte ayudado cuando más lo necesitabas. Siento que estés viviendo este infierno, siento haberme alejado de ti. Lo siento de veras. Espero que ahora no sea tarde. Espero poder ayudarte y que confíes de nuevo en mí. ¿Sabes? En verdad sí creo que puedes salirte de esta. Sí creo en ti. Y voy a regalarte una cámara por tu cumpleaños.

xfcgfvh.jpg

 
 
 

Comentarios


 Buscar por tags 

S

Suscríbete para Obtener Actualizaciones

¡Felicitaciones! Estás suscrito

EL ABISMO

bottom of page