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EL JUEGO DE LA SUERTE

  • Diego Feliu
  • 16 jun 2015
  • 5 Min. de lectura

Cabizbajo, sin apenas levantar la vista del suelo, deambula por la calle sin otro sitio a donde ir. Arrastra los pies cansado de levantarlos cada vez que ha de superar un bordillo. Las manos en los bolsillos de un abrigo que le sirve de esterilla y de manta para dormir; ya no se molesta en sacarlas para pedir una ayuda porque las últimas veces que lo hizo no consiguió su propósito. Solo le queda caminar. Piensa que si se detuviese, aunque sea en un semáforo, el mundo se detendría con él y su ser dejaría de existir. Por eso da vueltas y vueltas mientras espera que el muñequito rojo se apague y se encienda el verde. Perdió toda esperanza de reencontrarse con la vida cuando a los 55 años le cerraron todas las puertas y no encontró en qué ocuparse. No pedía nada más que eso: ocuparse. Lo hubiera hecho por un plato caliente a diario y un lecho donde postrar sus cansados huesos. La carne comenzó a desaparecer de debajo de su piel, y ésta ya estaba apunto de adosarse al tejido óseo. Dejó de afeitarse porque las cuchillas eran incapaces de deslizarse por los contornos de una cara abrupta: tras el salto de los pómulos se hundía en los carrillos hasta marcar las encías -las muelas las fue perdiendo con el paso del tiempo sin capacidad económica de remplazarlas- y remontaban hasta alcanzar unas quijadas excesivamente pronunciadas que le concedían un aspecto cadavérico. Los ojos se hunden en sus cuencas y unas cejas pobladas los camuflan a las miradas. El cabello sin arreglar se arremolina sobre la frente y cubre unas orejas heridas por el frío y el sol. De vez en cuando aprovecha una fuente para asearse el rostro y atusarse el pelo con las manos húmedas. Acostumbraba a meter los dedos en los vomitorios de monedas de las máquinas expendedoras de tiques de aparcamiento. Esta vez no iba a ser diferente: presionó sobre el botón de devolución y sonó el tintineo de una moneda. Introdujo dos dedos y extrajo una moneda de un euro. Pensó que era un día de suerte. Siguió probando en todos los que encontraba en su camino. Sabía que otros muchos como él hacían lo mismo, incluso personas que no lo necesitaban tanto como él. A última hora de la tarde, y antes de buscar un lugar protegido donde pasar la noche, y a la espera de que Los Ángeles de la Guarda le encontraran y le dieran un tazón de caldo y un bocadillo, se topó con un despacho de Loterías del Estado. Se quedó mirando la puerta y soñando con lo que podría hacer si le llegase a tocar a él uno de esos premios milenarios, incluso millonarios, que se cifraban en un panel electrónico. Con los dedos acariciaba su euro. Lo giraba y giraba en el bolsillo sin atreverse a sacarlo. Pensó: si lo apuesto seguro que lo pierdo, y me habré quedado sin él. Pero...¿y si acierto? Como en un columpio de palanca subía y bajaba una y otra de las opciones sin que acabara por decidirse. Al final empujó la puerta y entró. Esperó a que una señora acabara de hacer sus apuestas -creyó escuchar que eran de fútbol- y se plantó ante la ventanilla: -"Una apuesta de BonoLoto. ¿Vale un euro, no?". -"Si. ¿Tiene alguna combinación?" -"¿Combinación? -"Si, unos números preferidos". -"Supongo que sí, claro". -"Pues coja un boleto y con un bolígrafo que tiene ahí marque una x en cada uno de ellos. Un máximo de seis". Tomó el boleto y el boli y se quedó mirando todos los números del casillero; no sabía por cuál empezar. "A ver, el 3 por el día de mi cumpleaños; el 11, por el mes; y el 59... No hay 59. Bueno, la suma: el 14. Ahora la suma de los tres... el 28, y el 19 y el 40. Ya está". Colocó el tique junto a los documentos que aún conservaba y los introdujo en el bolsillo interior del abrigo. Palmándose en el pecho, para confirmar que allí estaba, salió a la calle. Ya había oscurecido. Sabía que cerca de donde se encontraba había unos soportales. Ese podía ser un buen sitio para dormir. Al llegar se encontró con decenas de hombres y mujeres que comenzaban a prepararse para pasar la noche. Colocaban cartones y mantas en el suelo..., incluso había algunos con sacos. Decidió buscar otro refugio, a pesar de ser consciente de que era mejor estar en grupo que no solo, aunque los problemas podían surgir en cualquier situación. De hecho, cuando abandonaba el lugar escuchó como discutían en lenguas extrañas los que en el soportal se quedaban. Recordó un coche abandonado no muy lejos de allí a cuyo interior se podía acceder por tener las puertas abiertas. Si llegaba pronto posiblemente no estuviera ocupado. Era un buen sitio, aunque algo sucio; a veces lo empleaban las prostitutas del barrio chino para despachar rápido a sus clientes. Pero se podían tumbar los asientos y se conseguía dormir. Cuando llegó al coche se imaginó que estaba ocupado porque los cristales estaban cubiertos de vaho. Se acercó un poco pero no consiguió ver en el interior. Esperó un rato a ver si se quedaba libre. Se abrió la puerta de atrás y salió una mujer, no muy joven, estirándose la corta y estrecha falda que vestía y recomponiendo su pecho. Se cubrió con una chaquetilla con un estampado similar a la piel de un leopardo y se marchó. Detrás de ella, un joven negro que antes de partir miró al interior por si se dejaba algo. Se acercó y comprobó si estaba vacío. Introdujo la cabeza y el olor le paralizó. ¡Qué perfume!, y lo que no era perfume. Dejó la puerta abierta para que se ventilara pero apoyado al vehículo para que se supiera que él lo había ocupado. Cerró la puerta y se recostó en el asiento trasero. Con la punta del pie retiró los muchos pañuelos de celulosa que había en el suelo. Los empujó por debajo del asiento delantero. Se imaginó lo que habría estado haciendo la pareja...y sonrió. Se abrigó, cruzó los brazos y cerró los ojos. Lo que quería ahora era soñar. Soñar con la BonoLoto. "El 3. El 11. El 14. El 19. El 40. Y complementario... el 28". No se lo podía creer. Eran sus números, los recordaba. Le habían tocado 450.000 euros. No podía ser cierto. A él, que nunca le había tocado nada, que toda la vida había sido un desastre, con infortunios uno detrás de otro..., por fin le abrazaba la suerte. "Pobre hombre. Ha hecho demasiado frío esta noche. No lo ha podido aguantar", comentaba un policía a su compañero mientras la ambulancia abandonaba el lugar. -"Pero, ¡cómo se les ocurre dormir dentro de un coche!". "Por cierto, mira en el móvil los números de hoy de la Bonoloto". -"Espera, que me conecto. A ver... El 3, el 11, el 14, el 19, el 40 y el 28 complementario". -"No he vuelto a acertar ni uno. A mi me parece que esto no toca a nadie. Seguro que los que salen por televisión diciendo que les ha tocado son contratados por la Lotería para crear la ilusión de que sí que toca". -"Seguro".

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