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EN UN VELATORIO

  • Cristian González
  • 10 mar 2015
  • 2 Min. de lectura

Es mediodía de domingo y la gente come

en una sala mediana decorada con flores blancas.

Hay un muerto expuesto en una vitrina,

hay un muerto que se parece a alguien que conocí.

La gente está triste y come, come y está triste.

La mayoría de personas visten de negro.

Han vestido a la abuela de negro, a los hijos de negro,

las miradas de negro. El muerto viste un traje marrón.

Los puntos negros dialogan.

Se conoce porque son familia, o amigos;

o porque coincidieron en algún bautizo.

Yo no conozco a casi nadie de allí. Soy ateo.

Tampoco conozco al muerto de la vitrina, pero se parece

a un amigo que nunca llevaba traje marrón.

Algunos de los que están allí me miran, yo les miro.

–¿Te vi en el bautizo del niño de Mario? – me pregunta uno.

–No sé quién es Mario – contesto.

–Ah.. ¿y de qué conoces a?

–Bebemos juntos.

–Entiendo, eso fue lo que le ha traído a aquí. La mala vida.

La gente sigue comiendo; hay canapés de queso.

Otro grupo de personas habla sobre el día a día, sobre la buena vida.

Madrugar, niños, gimnasio, oficina, facturas, dinero, dinero, dinero.

No hablan de follar con mujeres. No hablan de beber.

Beber provoca cáncer. Follar con mujeres y beber es mala vida.

Había olvidado que hay un muerto en la vitrina.

Una señora mayor dice que está muy guapo con su traje.

A los muertos les sientan bien los trajes pero los vivos visten tejanos.

Los muertos en vitrina me dan miedo; son como payasos de rostro congelado.

Los muertos son payasos con maquillaje color carne. Son esclavos de su expresión.

La gente sin embargo les ve libres. Libres dentro de su vitrina.

Libres de la mala vida. Libres también de la buena vida.

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