La Señora
- Laura Giménez Marquès
- 9 mar 2015
- 2 Min. de lectura
Siempre ha sido la parte de mi trabajo que menos me a gustado, he pasado por muchas experiencias diferentes en los años que llevo haciéndolo. Pero esa vez fue la que más me impresionó. Ahora, después de varios años y con la mala memoria que tengo, no puedo recordar muchos detalles, es más bien un sentimiento guardado en lo más hondo de mí, como una pequeña daga clavada en mi plexo solar.
Recuerdo ir de comisión judicial junto con mi compañero de trabajo y la procuradora. Era un piso de Lloret de Mar y nos disponíamos a efectuar un lanzamiento por falta de pago “el banco necesitaba su vivienda”. Al llamar a la puerta, nos abrió una señora ya entrada en años, se trataba de una mujer culta, que hablaba varios idiomas; decía que, como era mayor, ya no la llamaban para trabajar y por eso no podía pagar el alquiler.

Se dirigía a mí como si yo pudiera hacer algo, como si pudiera entenderla de verdad. En realidad para mi era muy violento, me sentía fatal.
Al final, después de mucho rato de conversación, la Sra. accedió a que entrase yo sola en el piso. Según ella toda su vida estaba en esas habitaciones.
Cuando por fin pude entrar, no daba crédito a lo que mis ojos veían: montañas y montañas de todo tipo de objetos, muy bien colocados uno encima del otro. Predominaban los periódicos, pero había ropa, bolsas de basura rellenas de más objetos…Mirase donde mirase había cosas y más cosas. Podías recorrer las habitaciones por un pasillo estrecho, era como un laberinto que lo recorría todo, incluida la cocina, al lado de los fogones. ¿Cómo se tenía que llevar todas sus pertenencias una mujer mayor y sin un lugar a dónde ir? y aunque se las pudiese llevar, sin duda era una persona que necesitaba ayuda. En todo caso, no estaba en nuestras manos. Había que desalojar la vivienda, dejando en su interior todos los “tesoros” de la Sra.
Cerré la llave del gas, me aseguré que los grifos estuvieran bien cerrados y, lo más difícil, convencí a la Sra. para que saliese voluntariamente al rellano, donde estaba mi compañero.
Entre tanto, la Policía Local se había encargado de contactar con los servicios sociales y le habían buscado una pensión para dormir durante unos días.
La verdad, desconozco el destino final de la Sra; Sus cosas supongo que tiradas. Espero que recibiese la ayuda moral y psicológica que necesitaba. Por suerte todavía queda quien que se preocupa por el bienestar de estas personas desvalidas y necesitadas.
Yo no pregunté nada, no llamé a los servicios sociales para saber más, estoy convencida de que hice mal.
Ahora, con el paso del tiempo, a veces me acuerdo de ella. ¿No seré yo parecida? En mi garaje guardo todo tipo de objetos por si algún día los necesito. En caso de encontrarme sola y mayor ¿habría mucha diferencia?


































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