El Vuelo del Cuervo II
- Iris Vilà
- 14 mar 2015
- 5 Min. de lectura
- Cuenta la leyenda que hace muchos, muchísimos años, cuando el continente estaba aún dividido, los Gobernantes del Norte y del Sur libraron una terrible batalla para conquistar uno la tierra del otro. La guerra se disputó en la frontera que separan las dos tierras pero las tropas sureñas rápidamente avanzaron hasta dejar a los norteños atrapados en el más alto septentrión, sólo el mar abierto era su escapatoria. Se dice que el Gobernante del Norte, viéndose casi vencido profuso un grito profundo y desgarrador, y del suelo de su territorio empezaron a estallar columnas de agua hirviendo. La tierra se agrietó, y el humo y la lava volvieron a surgir de La puerta del infierno, el gigante volcán antes cubierto de hielo y nieve. Y de allí, respondiendo a la llamada, salieron de la unión de hielo y fuego siete mortíferos dragones…
- Abuelo… ¡Los dragones no existen! ¡Lo sabe todo el mundo!
- ¿Existen los Dioses, ardillita?
- ¡Por supuesto!
- ¿A sí? ¿Cómo lo sabes?
- ¡Lo sabe todo el mundo, abuelo!
- A ver, si nadie nunca ha visto a un dragón y nadie nunca ha visto los Dioses… ¿Cómo puedes estar tan segura de que unos existen y los otros no? No seas tonta y deja de creerte lo que diga "todo el mundo". Empieza a buscar y comprobar todo y cada una de las cosas supuestas por ti misma.
La niña quedó muda.
- ¿Lo harás? Bien, atiende: Los dragones, cumpliendo las órdenes de su amo, empezaron a escupir fuego y a provocar vientos huracanados blandiendo sus inmensas alas, venciendo así al Gobernante del Sur. Pero (porque cuando se trata de guerras y odios siempre hay un pero, pequeña ardilla, nadie gana nunca). El Gobernante del Norte venció pero el precio fue la destrucción de la más alta zona norteña dónde vivía en su imponente castillo. Por otro lado los dragones inspiraban demasiado temor así que decidió devolverlos a La puerta del infierno para que restaran dormidos hasta que se necesitara de su servicio de nuevo.
- ¿Y dónde vivió el Gobernante del Norte y su pueblo?
- El Gobernante se asentó en el pueblo más cercano a la zona llamado Whispereen, si ardillita, aquí. Y se hizo construir una mansión dónde residir esperando a que el territorio de batalla volviera a la antigua normalidad, pero fue en vano. Los árboles quedaron secos y negros para la eternidad, siguieron saliendo inesperadamente chorros de agua caliente del suelo y el volcán La puerta del infierno no paró de echar humo y cenizas que cubrieron toda la zona dónde fue derramada sangre enemiga. Cuando el gobernante se dio cuenta del castigo universal impuesto por tanto odio y resentimiento decidió llamar a la tierra El Fin del Mundo, pues sólo él era capaz de entrar y salir con vida. Cerca del territorio devastado, los supervivientes empezaron a organizar pueblos pequeños dedicados a explicar la terrible historia para que nadie se adentrara en aquella tierra maldita si quería seguir vivo.
- No me lo creo abuelo, si el Gobernante del Norte se construyó una mansión aquí, en Whispereen, ¿dónde está? ¿Eh? ¿Por qué nunca he visto aquí una mansión?
El abuelo empezó a reír a carcajadas.
- Pero ardillita, ¿de verdad no lo sabes? ¡Vives en ella! La antigua mansión del Gobernante del Norte se transformó en El Transeúnte Perdido.
La niña no podía creérselo, sus ojos y su boca se abrieron de la sorpresa. En aquél momento entró la posadera enfadada.
- Niña tonta, deja de armar jaleo, ¿Por qué no veo la escoba en tus manos?
La niña titubeó extrañada. ¿Por qué la posadera se ponía en evidencia delante de un cliente? ¿Dónde estaban sus azucaradas y falsas formas de buena persona? De repente el abuelo dio un par de pasos al frente y el rostro gordo de la posadera se transformó inmediatamente en el de la afable anfitriona que pretendía ser con los viajeros.
- No le oí entrar señor –le costaba controlar la cólera que sentía al ser descubierta su verdadera cara-. Es muy tarde, hace poco que el último cliente subió a sus aposentos. ¿Desea el señor una habitación? ¿Desea cenar? Oh, disculpe a la pequeña espero que no le haya molestado.
- En absoluto – respondió el abuelo- Fue muy educada y atenta conmigo. ¿Es su hija?
La posadera bufó y miró a la niña con desprecio.
- No, su madre trabajaba aquí. Murió en el parto, ¿comprende?
- Entiendo… –murmuró el hombre afectado-. ¿Y el padre?
- ¿Padre? La mujer apareció de la nada ya encinta. Nunca dijo nada acerca de su pasado ni tampoco apareció ningún hombre reclamando a la mujer ni a su hija. Ya se puede imaginar de dónde salió, muchas se escapan al no querer malparir, ¿sabe? Así que yo, con mi grande y sensible corazón de madre experimentada y mi infinita sabiduría decidí adoptar a la niña para que no quedara sola en el mundo. Soy muy buena persona. ¿Se quedará a cenar?
- Si –respondió secamente.
Cuando la posadera marchó, no sin antes ordenar a la niña que se fuera del salón de una vez, esta última se acercó con mucha ilusión al viajero enseñándole un anillo que llevaba colgado del cuello con un cordón viejo. Era un precioso anillo de un extraño metal gris azulado con una piedra esférica translúcida de color azul, parecía una esfera de cristal vacía con la esencia neblinosa de las Luces del Norte dentro. Era precioso y la cara del abuelo no pudo ocultar su fascinación por la joya.
- Era de mi madre-. Dijo orgullosa.
- Es un anillo muy bonito, guárdalo bien ¿Eh?
La niña sonrió. El hombre la miró unos segundos. Era muy bonita, tenía el pelo largo y oscuro, sus grandes ojos café eran almendrados y despiertos, con aquella chispa de curiosidad que nos otorga la niñez, era muy pálida “que curioso” pensó “¡si la deben tener todo el día bajo el sol haciendo recados!”. De pronto una idea cruzó su mente "podría ser…"
- Ardillita, escúchame. Huérfana, esclava de esta posada vas a tener una vida muy triste. Hagamos un trato, ¿te parece? –La niña asintió-. Pase lo que pase quiero que siempre recuerdes lo que te dije antes: No creas lo que diga "todo el mundo", comprueba las cosas por ti misma, no le temas a nada y ten la mente abierta. Esto no va a hacerte más feliz, pero te hará libre. Si lo cumples, antes de que seas mujer haré que te saquen de esta posada y serás parte de nosotros.
- ¿Parte de quién?-. Se le cortó la respiración, temblaba. Su pequeño y delgado cuerpo no podía contener tan honda emoción.
El hombre sonrió paternalmente. Luego su faz se tornó seria y su voz grave.
- Es un secreto.
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La chica joven se despertó sobresaltada y con su mano buscó, por encima de su ropa, el anillo que colgaba de su cuello. Había vuelto a soñar con ese extraño e inquietante capítulo de su niñez. Miró a su alrededor, estaba demasiado oscuro, y se estremeció al comprobar que no se encontraba en su cama en la posada.
- ¿Dónde estoy? –murmuró asustada.
- Shhh -. Alguien la hizo callar desde las tinieblas.
A la chica se le erizó todo el vello del terror que le invadió al recordar, de súbito, la noche anterior. Buscó en la oscuridad el propietario del sonido pero sólo pudo vislumbrar, a lo lejos, el reflejo de aquellos fríos ojos amarillos avanzando hacia ella lentamente. Oyó el acero de su daga deslizarse harmónicamente por la vaina y al instante sintió el frio metal rozar delicadamente, como si de una caricia se tratase, la fina piel de su cuello. Ella estaba paralizada del miedo, las pupilas se le dilataron y todos sus sentidos estaban alerta. Percibía la tranquila respiración del individuo cerca de su oreja cuando inesperadamente le susurró…
- Shhh. Si gritas o te mueves voy a tener que matarte.

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