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Por no saber olvidar

  • Laia Rosell Montagut
  • 15 mar 2015
  • 2 Min. de lectura

El trigo ondea al viento,

dorado,

tranquilo,

suave y delicado

como aquel día en el que empezó

este triste lamento

por no saber amar.

No hay tiempo material

que sepa como devolver la forma al cristal que me rodeaba

y que tú,

con miradas pintadas de azul destrozabas

razón por la cual confundí el agonizar con el amar.

Y ése día seguirá presente

en mí y sé que tal vez lo lamente

pero eres tú el dueño de mi presente

eso tenlo siempre en mente.

Mientras tú caminas sobre el agua yo camino sobre el fuego,

mientras tu te bañas en luz yo me baño en oscuridad,

mientras tú estás descalzo sobre pétalos de rosa,

yo camino descalza sobre un mar de agujas.

Mientras mi corazón te pertenece,

el tiempo envejece,

no soy dueña de mis actos

y lo único que de ti,

de mi pertenecer es

es observarte en el silencio de mis lágrimas.

Como el día claro resplandeciente

allí estás tú,

mi corriente,

mi tabú,

eres el agua de mi vida

Tan venenosa,

tan esplendorosa,

que me ha regalado la pena y el honor de conocerte,

quererte y perderme en tí.

Tantas palabras que faltan cuando el destino acude a mí haciéndome víctima

de mí misma,

y tantas emociones que sobran cuando miento al decir que nada por ti siento.

Si pudiera parar el mundo cada vez que te veo,

si pudiera parar el tiempo cada vez que te veo,

caería presa de mis males,

tan fatal sería

que yo,

tu ser abrazaría,

tus brazos sentiría arropando mi corazón,

haciéndome así acabar de perder la razón,

e incapaz de decir si muerta estoy

acercaría a mi tez tu bellísima cara ,

hermana de los rayos de sol y de luna,

en tus ojos,

espejismos de agua

saciaría mi sed

buscaría tus labios de cereza

el viento una suave canción acariciaría,

acompañando el beso en el que nuestras almas se derretirían.

Nuestros labios,

acunados por el viento

y un aroma cálido pintado en un lienzo

bailarían sin prisa todo lo que la vida tendría por quitarles

y poco a poco

irían cayendo en tentación de probar el color del amor.

Y es aquí cuando me pierdo,

entre tantos subjuntivos,

donde veo que mi mal es que el hombre es fugitivo de lo que ama.

Y volvemos a empezar con

el trigo que ondea al viento ,

cálido,

dorado,

tranquilo,

suave y delicado.

Vuelve a través del tiempo

aquel triste lamento

por no saber luchar

ni prosperar

por aquel quién decimos amar.

Y todo,

porque ni cicatrices,

ni heridas,

ni sangre derramada,

ni el dolor de no ser amada,

puedo perdonar.

Vuelve a través del tiempo

aquel triste lamento

por no saber olvidar.

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