El Fantasma
- David Trujillo
- 19 mar 2015
- 2 Min. de lectura
Nunca había creído en fantasmas hasta ese día; se reía de aquellos que decían haber visto o sentido a seres que no son de este mundo, siempre fue una persona racional sin imaginación y de costumbres rígidas, apenas se permitía licencia alguna a su rutina diaria; se levantaba todos los días sobre la misma hora, se aseaba un poco y desayunaba un café con leche, un zumo de naranja con dos tostadas untadas en mermelada o mantequilla; un poco de lectura para ejercer la mente, un paseo sin compañía por los alrededores para fortalecer las piernas y tener en orden la circulación; y así hasta que pasarán las horas para el almuerzo, luego vuelta a empezar hasta la cena, sustituyendo la lectura por la siesta-. Llevaba un reloj de pulsera en la muñeca, un modelo viejo que había heredado de su padre cuando era niño, muy caro en otra época, hacia mucho tiempo que había dejado de darle cuerda, en ocasiones lo miraba y sonreía, le hacía sentir seguro y eso le tranquilizaba. Organizaba su día a día en función de las comidas diarias, de esa manera el tiempo iba pasando lento pero inexorable-. Esa noche después de cenar sucedió, como de costumbre dejo la puerta de su habitación entreabierta, encendió la pequeña lámpara de la mesa de noche, que apenas irradiaba una tenue y casi imperceptible luminosidad amarillenta y puso en marcha un pequeño transistor, que aliviaba esa soledad casi genética que padecía; deshizo la cama lo justo, se sentó al borde y comenzó a desnudarse de manera fatigada y pausada, se sentía cansado de existir, pero se decía a sí mismo que había que resistir hasta el final, una vez desnudo, recogía el pijama perfectamente doblado que se encontraba en un pequeño armario frente a la cama y se lo ponía; primero el pantalón, luego la camisa, abotonando uno a uno cada botón, con la precisión de un relojero-. Tras cumplir con todo el ritual, se dirigió al cuarto de baño, y cuando se disponía a lavarse los dientes sucedió, ahí estaba; frente al espejo mirándole fijamente, el mismo cuerpo enjuto, los mismos ojos verdes de mirada dura que recordaba desde niño, la nariz aguileña que le daba ese aspecto rapaz que tanto le imponía, hasta la misma posición ligeramente encorvada; era él sin duda, su padre había vuelto del más allá por alguna extraña razón, quizá a saldar algún tipo de cuenta, en algo le había decepcionado pensó, si no que motivos tendría para tenerlo ahí tan cerca, escrutándolo de manera implacable, callado, sin decir nada; un escalofrío recorrió todo su cuerpo, el sudor bajaba de su frente como si de un pequeño arroyo se tratara, buscando el afluente justo donde morir; sintió sus extremidades agarrotadas por la tensión acumulada, se puso lívido y una puñalada se abrió paso desde el interior un instante antes de caer desplomado. Nunca había creído en fantasmas hasta ese día...-



































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