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Etéreo recuerdo

  • Marina CF
  • 23 mar 2015
  • 1 Min. de lectura

Las nubes ya han quedado estampadas de esa luz rojiza que el Sol les brinda, las calles empiezan a oscurecer y ya sólo quedan diez personas paseando. Las persianas van cayendo, los coches van apagándose y el banco de enfrente ha quedado vacío. El silencio y la soledad se apoderan de la ciudad, de la calle y de mí. Sólo la brisa del viento frío me recuerda dónde estoy; llevo horas sentada en el mismo banco, porqué volver a casa es cómo travesar un desierto en plena tormenta de arena.

Travesar ese portal, esa puerta que ahora veo tan grande y pesada, será una lucha que me dejará sin aliento. Mis piernas temblarán, mi corazón latirá hasta llegar a pensar que va a explotar, y mis ojos, mis ojos ya secos, olvidarán mi sufrimiento y rebozarán de consuelo los suyos. Las palabras y los gritos quedarán guardados dentro de mí, mi respiración aflojará una vez cruzada la puerta y mis manos limpiaran las lágrimas que caerán por su mejilla. Poco a poco mis brazos lo rodearán y le transmitirán todo aquello que yo incapaz seré de decir.

Y no será pasados cuatro años que, esas palabras escondidas en lo más profundo de mi ser, saldrán cómo balas y por fin, sabrá todo lo que sentí. Pero ya entonces, sabré que desde un primer momento lo supo.

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