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Cuentos de Dalí

  • Cristina Gimenez
  • 27 mar 2015
  • 2 Min. de lectura

Esta mañana me traías un libro de cuentos de Carver junto a un café bien cargado y chocolate. Llevabas colgando tu mejor sonrisa y mis ganas de una buena charla. Debatir sobre la existencia humana, la pedagogía de los sueños o la antropología de las emociones; que mas da. Una buena charla. Pero acabamos haciéndonos poema entre mariposas.

¿Cómo describirte lo que sentí después para que te asustes y no te vayas?

¿Cómo entender que esto es lo que sí quiero sin que me asuste y pueda quedarme?

Ahora los pájaros trinan y las gotas de lluvia que quedaron paseándose golosas por las hojas de los robles me salpican. Una en mi mejilla y otra en la rodilla. Esta última, valiente, recorre parte de mi cuerpo antes de desaparecer, haciendo que estremezca mi piel. Sensible. Aun.

Tus dedos me acarician el estómago recién convulsionado. Antes todo movimiento de artes ancestrales. Arrítmico. Ahora tú acaricias, lento, sinuoso, buscando el acorde perfecto al compás de mi respiración. La paz serenándose.

Me miras, te acercas y me besas. Sólo un roce de labios. La lengua está descansando. Y sabes que los dos sabemos que sólo existirá éste instante robado al tiempo. A las rutinas.

Y me dices que parezco un cuadro de Dalí. La musa perfecta. El contraste de mis uñas rojas y la piel blanca junto al humo del cigarro. Y, como estampa, el bosque de robles y las hierbas altas que pican.

El sol atraviesa la enredadera de hojas que nos esconden y nos calienta. Me ilumina. Tu me susurras, temblando, palabras que de tan bonitas seria pecado compartirlas y mi centro se revoluciona y tu apartas un cabello de mi frente sudada y yo te beso el pecho.

Pero el instante se está acabando y te veo vistiéndonos y me veo abrazándonos. Y recuerdo cómo ésta mañana me traías cuentos que convertimos en poemas mientras pintábamos cuadros de Dalí fotografiando instantes al tiempo. Que después se fugan, con permiso.

Y sabes?

Quiero decirte algo:

me gusta leer.

Así que tráeme a Hesse, Wilde, Fritzeland, Benedetti o el mismísimo Edgar Allan Poe; que te quiero pintar.

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