Reflexiones desde la ventana
- Anna Vives
- 1 abr 2015
- 2 Min. de lectura
Una sombría tarde lluviosa de otoño contemplo la empañada ventana sin cesar.
Oigo el crepitar del fuego del hogar, mi gata duerme sobre el respaldo del cómodo sillón ronroneando placidamente, una humeante taza de té de hierbas se enfria entre mis manos. Nada dentro de casa puede herirme pues se respira una paz singular. Delante de mí, al otro lado del cristal la furia del cielo castiga la tierra. Y una lágrima nacida del dolor resbala triste por mi rosada mejilla y cae pesada en la taza perturbando la superficie al crear olas circulares. Estoy sola. Todo mi mundo se deshizo en mis manos sin poder si quiera evitarlo. Te perdí. Debería superarlo. Me hice a la idea al instante y aparenté ser fuerte. La verdad es que al principio uno no es consciente del acontecimiento, la comprensión llega después. Pesada cómo una montaña. Dolorosa cómo el acero hundiéndose en la carne. Irreversible cómo el cristal hecho añicos. ¿Qué va a ser de mí? ¿Cómo sobreviviré sin ti? Sonrío al recordarte y el dolor se aposenta hondo oprimiendo mí pecho. La primera vez que te vi desprendías luz y vida. De espaldas, trabajando sin cesar, cómo siempre. Mi luchador incansable. Cuando me viste te acercaste con una radiante sonrisa y me tratase con tanta ternura… Con tanta dulzura… Demasiado noble para un mundo envidioso y egoísta dónde sepultan sin piedad el mínimo atisbo de luz. El sentimiento era mutuo. Podía leerlo en el brillo de tus ojos. La primera vez que se enlazaron nuestras manos fue una temprana mañana que decidí, en el último momento, acompañarte en tus obligaciones. Hablamos y reímos mostrándonos ajenos al lenguaje claro que emitía el contacto de piel contra piel. Un día te llevé tras una cortina y sin ningún motivo mis brazos rodearon con deseo tu cuello. El tiempo se detuvo y nuestros corazones latieron en sintonía creando ya un vínculo de pura harmonía. Quise besar tu mejilla, tú la mía. Nuestros labios se encontraron tímidamente en las comisuras. Y sin previo aviso, un relámpago en la lejanía me devuelve a la realidad, que se derrumba fieramente sobre mis espaldas. Mi estrella luminosa se apaga por momentos. Nunca volverán los dulces momentos de plenitud. Me desprecio por no haber saboreado delicadamente cada instante de tu luz, calidez y amor. Los humanos nos creemos inmortales. Te echo tanto de menos… Me acerco al fuego pero no encuentro consuelo en su frío crepitar. Acaricio a mi gata pero su cariño es insuficiente. Acerco mis labios a la taza buscando la tibieza reconfortante de la infusión… Esta fría.

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