Setenta veces siete
- Dolça Granolleras
- 2 abr 2015
- 3 Min. de lectura
Hoy me dedique a pensar, a recordar y a reflexionar. Recordé aquel día. Aquel momento en el cuál salí del baño después de darme cuenta de que heriste a un amigo mío, no se si con orgullo o jactancia, pero lo hiciste, lo lastimaste con tus palabras, como muchas otras veces habías hecho conmigo sin darte ni siquiera cuenta de lo que hacías. Me enfurecí, me llene de valor y me dispuse por una vez a plantarte cara, caminé con rapidez, con la máxima rapidez que esos tacones rosados me permitían, hasta que llegue hasta donde te encontrabas. Estabas sereno y pasivo, pero aún así te noté extraño; no era tu día, ni el mío, eso estaba claro. La mañana no podía empezar peor que de aquella manera. Estabas de espaldas, puse mi mano sobre tu hombro para llamar tu atención, te giraste, nos saludamos y nos dimos dos besos, al acabar esta escena, te clavé una mirada de resentimiento encima de tu rostro, te sorprendiste, y de repente susurré : se siente mal, pídele perdón. Tu rostro se lleno de soberbia acompañado de ese gesto burlesco que sueles hacer con la cabeza. Me gritaste llamándome desubicada. Me volviste a gritar diciéndome que luego tu y yo tendríamos una charla. Ahí no lo soporte más, y me giré, no quería llorar delante tuyo, no quería darte ese gusto, así que me fui hacía el baño lo más rápido que pude, dejando atrás tus gritos y los sonidos de las voces de mujer preguntándote que porque me gritabas a mi. Cuando estuve delante de la puerta del baño con sollozos intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada, había alguien más adentro que no me permitía entrar, empece a llorar desconsoladamente y pedí que me abrieran de inmediato, al escucharme llorar abrieron de golpe y pude pasar hacía adentro. Aún recuerdo esas caras de preocupación y tristeza que clavaron en mí preguntándome que más sucedió.
“Setenta veces siete.” No me podía sacar de la cabeza esa frase. Después de una larga charla explicando que para avanzar debes perdonar aunque no seas el culpable de la situación, no podía parar de pensar en todas esas veces que te había pedido perdón aunque en muchas ocasiones yo no fui la culpable de todo. Otra vez tenía que hacerlo, otra vez te tenía que perdonar. Otra vez tenía que perdonar setenta veces siete y poner la otra mejilla. Me levanté de la silla y me dispuse a perdonarte, cuando te hallé te susurré casi al oído: Perdón. Empezaste a hablar sobre por que me había metido en la situación si no me incumbía y sobre más cosas en relación a nosotros dos, finalmente me cogiste y me abrazaste, sentí que ese abrazo era más sincero que todos los demás, y parecía que no nos íbamos a parar de abrazar, por tu parte parecía que no querías dejar de abrazarme y yo sinceramente tampoco quería dejar de hacerlo, cerré los ojos y de repente alguien entró por la puerta saludando; ese hecho hizo separarnos. Ahora lo comprendo. Justo en el momento que nos estábamos abrazando y ninguno de los dos parecía querer parar de hacerlo, no había nada en ese lugar, estábamos completamente solos, o eso parecía. En el momento en que alguien aparece o interrumpe, te separabas de mí. Eso me hizo comprender que no fuiste tan transparente como decías ser, porque conmigo a solas eras de una forma, pero cuando había más gente te comportabas diferente en todos los aspectos o en casi todos. Creí conocerte, pero me equivoqué. Una persona no puede fingir ser de una forma durante mucho tiempo, al fin y al cabo acaba apareciendo quién eres en realidad, con el tiempo se acaba descubriendo que no eres la persona que aparentabas ser. En realidad , todo sucedió así porque tu sabías con quien podías hacerte el interesante y con quién no, ya que muchos ya sabían de que calibre estabas echo por tus hechos. Tal vez no vivimos tanto, no compartimos mucho, no nos conocíamos de tanto tiempo, pero en mi vida fuiste así como un fenómeno gramatical, mucho verbo sin acción. Acabamos siendo dos desconocidos con recuerdos en común.

Comentarios