SUFICIENTES ENTRADAS DE BIBLIOTECA
- Diego Tupa
- 27 abr 2015
- 2 Min. de lectura
Sentarse cansado y abrir un delgado libro, leer un par de fragmentos y no comprenderlos, aburrirse en dos suspiros y girar para mirar a la puerta abierta, ver una persona que suave se desliza en el pasillo desde el fondo, adivinar su nombre y asociar su imagen a tu memoria, conocerla y compartir una conversación y una mirada, dejar pasar las horas esclavas de tu rutina hasta salir, comprar algo de buen presentimiento encarecido, oír una canción y adorarla derrepente, volver a la misma hora del día siguiente. Olvidar los fragmento antes de detestarlos, hastiarse de la canción antes de llegar a un colmo, desear estar en uno y otro lugar y con un descanso merecido, volver en sí y alcanzar la quietud desde el alboroto, recordar a la persona y su nombre con facilidad, sonreír después de un duro y lamentable tiempo, volver a recordar y amar los fragmentos, fragmentos que ahora destilan sabor en los labios, cantar la canción en voz alta, en voz caliente de garganta, sentir que su melodía llena te aligera en el cuerpo, encender los ojos a voluntad en un color claro, para contagiar alegría al incauto que se atraviese, encontrar a la persona un día domingo y sonreír aún más, reavivando más lo ya vivo inyectando más color al color, acrecentar el gusto, la empatía y el engaño inocente, comprenderlo todo, incluso comprender el no comprender, querer estirar el tiempo y éste se rehúsa, luego es imposible, hacerlo ceder dentro de los sueños y vivir eternidades sucesivas en ellos, volver a la biblioteca para abrir nuevamente un libro de estreno, ahora no todo volverá a ser igual que antes, por eso y desde ahora ya no odio tanto los domingos.

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