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En el tren de las ocho VI

  • Atane Sanz
  • 2 may 2015
  • 5 Min. de lectura

Raquel

Durante dos largos meses me obligué a levantarme de la cama, exigiéndome dejar de pensar en él.

Todo se complicó cuando recibí la notificación de mi abogado, para presentarme a declarar como testigo de cargo, contra el que fue mi jefe y amante.

Todos los recuerdos de aquellos días regresaron para hundirme más en la melancolía. Recuerdos tan amargos que me impedían respirar. Tenía que sobreponerme, lo haría. Sí, pero ¿a qué precio?

Agradecí que me dieran dos semanas de vacaciones para poder hacer frente a lo acontecido en el juicio, pero me fue imposible descansar. Tener que contar delante de un montón de desconocidos mi humillación y posterior despido me dejaba exhausta, las entradas y salidas de mis compañeros de piso no ayudaron tampoco.

Nada más regresar de mis supuestas vacaciones, vi en el tablón de anuncios del cuartel de bomberos el pase vip a mi vida independiente.

“Se alquila apartamento bien comunicado y completamente amueblado. Precio económico”.

Marcelo se encargó de explicarme muy ilusionado las inmejorables condiciones de la vivienda, sólo una condición.

El piso seria compartido con el propietario en el momento que regresara. Pero tampoco sería inmediatamente, pues era un viaje sin fecha de retorno a corto plazo.

Miró la hora, apenas eran las nueve y cinco de la noche. Nuestros turnos habían terminado y se ofreció a mostrarme el apartamento.

De ese modo, si me gustaba, se encargaría del papeleo al día siguiente. ¿Qué más se puede pedir?

–Estoy seguro que Carlos se alegrará que una compañera y además tan guapa sea su inquilina–. Me dijo con una sonrisa un tanto irónica.

Había considerado olvidarme de mi desconocido de la ventana. Las cosas no estaban bien y no era nada fácil con su imagen anclada en mi cabeza, pero por más que me esforcé no podía hacerlo. Supongo que un amor platónico me apartaba de la realidad de estar con un hombre y el dolor que eso podía proporcionarme. Era una fantasía dulce, fácil, tentadora, que me hacia dejar atrás mi detestable vida sentimental.

Cuando Marcelo aparcó frente al apartamento de ladrillos rojos y persianas grises, mi corazón empezó a palpitar desbocado. No era capaz de emitir una frase coherente. Me flaqueaban las rodillas y un sudor frío me recorría el cuerpo.

Cuando entramos en el apartamento ya estaba completamente segura de quien era el dueño y mi futuro casero. Mi sentido de la orientación era demasiado bueno para ser chica, dejando atrás los estereotipos tontos, como que los hombres no se pierden y las mujeres necesitamos un guía las veinticuatro horas, ¡ja!.

El salón comedor rectangular estaba presidido por un gran ventanal con vistas a la estación y un mejor primer plano del andén. Un moderno riel de luces atravesaba el techo.

A la derecha un enorme sofá de cuero negro con dos sillones reclinables a conjunto parecía abrazar una enorme televisión de pantalla plana con un montón de componentes audiovisuales.

En el otro extremo dos sillones más rodeaban una mullida alfombra de color chocolate frente a una chimenea con puertas de cristal.

La pared frente al gran ventanal había sido sustituida por una barra de desayuno que la separaba de la cocina, donde los electrodomésticos nuevos y los muebles de pino, junto a la puerta acristalada que daba a una terraza, creaban un gran espacio abierto. Sin embargo la barra de desayuno que separaba los dos ambientes le daban un ambiente muy acogedor lleno de luz

Mientras Marcelo me guiaba por las distintas estancias, me explicó quien era Carlos. Los meses que había sufrido con la rehabilitación después del accidente. Lo recuperado que estaba tras su última operación, la depresión que sufría a causa de las cicatrices, las cuales habían mejorado muchísimo.

En ese momento lo vi claramente, como si de una Epifanía se tratase. Me quedaría en el apartamento. Estaría cerca de él.

Mi desconocido ya tenía nombre. Ahora conocía su historia.

Sólo tenía que esperar a que volviera. Un amplio abanico de posibilidades se abría frente a mis ojos y respiré profundamente por primera vez en los últimos meses.

Los días siguientes pasaron volando entre el trabajo y el apartamento.

La ventaja de tener la estación apenas a 50 metros me permitió acomodarme rápidamente. Por las noches me dedicaba a conocerlo a través de sus fotografías, de la ropa que había dejado en los cajones de su habitación… Era una puñetera curiosa, y quería saber todo de él, no, lo ansiaba.

Posiblemente las casualidades no existen, pero de una cosa estaba segura, el destino se empeñaba en cruzarnos.

Marcelo muy amablemente me proporcionó, el número de teléfono y el correo electrónico de Carlos, por si necesitaba ponerme en contacto con él. También me aseguró que le haría llegar los míos. Podríamos estar en contacto entre nosotros, sin necesidad de intermediarios. ¡No me lo podía creer! casi estuve a punto de hacer la ola, con los viejos pompones de mi equipo de fútbol sala del colegio.

El sábado por la mañana mientras salía de la ducha después de haberme enjabonado con el gel de él y ponerme su albornoz, sonó mi teléfono móvil.

El identificador de llamadas decía que era Carlos. Un temblor incontrolado recorrió todo mi cuerpo. Me sentí pillada in fraganti, por estar utilizando sus cosas.

Llevé tímidamente el aparato a mi oído y sin darme cuenta caminé hasta la ventana.

–Hola ¿Raquel?

–Hola…– dije casi en un susurro. Y un fuerte silencio se apoderó de mí, hasta que él lo rompió.

–Sí, perdón que te moleste un sábado tan temprano. Soy Carlos. Marcelo me dio tu número. Sólo quería darte la bienvenida al apartamento y decirte que cualquier cosa que necesites puedes utilizarla… y llamarme cuando quieras a este mismo número.

No sabía que decir, pero sentí el impulso de hablar para no cortar la llamada demasiado rápido. Oír su voz provocó en mí un torbellino de sensaciones que no podía controlar.

–¿Cómo…cómo estás? Marcelo me contó… lo de tu accidente, y… bueno, quiero que sepas que cuidaré de tu casa como si fuera mía…No tienes que preocuparte por nada más que de tu rehabilitación…

–Gracias, Raquel, eres muy amable. Pasé unos meses infernales y necesitaba…bueno no me malinterpretes, pero necesitaba salir del apartamento y de todo lo que me recordaba…Pero bueno, ahora haré la recuperación cerca de mi familia.

–Te entiendo perfectamente. Y como ahora no somos desconocidos, además de tener una vivienda en común… considérame una amiga más. Podemos seguir en contacto…si quieres, sólo si quieres…

–Desde el accidente, todos mis días han sido una mierda…Pero escucharte…no sé, escucharte, aún sin conocernos, me ha cambiado el humor. Ahora tengo que dejarte. Estaremos en contacto ¿Vale? Hasta pronto Raquel.

–Hasta pronto Carlos.

Corté la llamada. Estaba apoyada en el marco de nuestra ventana y una profunda inquietud se apoderó de mi cuerpo. Dios mío, no sabía como iba a soportarlo, porque la esperanza estaba anidando en mi pecho. ¿Debería dejarla?

Marcelo, Antonio, Luis, me habían contado tantas cosas de Carlos, que creo que llegué a conocer que clase de hombre era. Cuando su grupo de amigos se enteró que era la encargada de cuidar de su casa mientras él estaba fuera, me posicionó directamente en el puesto de amigos para siempre. Lo que me proporcionaba grandes dosis de bromas, salidas a tomar algo, barbacoas con sus familias y apoyo en todo momento.

Mi vida cambió drásticamente, pasando de la noche más oscura, a días brillantes y llenos de posibilidades. Mi soledad tenía las horas contadas.

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