El último espartano
- Diego Feliu Bernárdez
- 3 may 2015
- 3 Min. de lectura
Emitió un fuerte quejido y continuó quejándose hasta que llegamos. Su rostro reflejaba un intenso dolor y con la mano derecha se sujetaba por la muñeca la izquierda, una extremidad que con el tiempo se había transformado en un gancho o en la garra de una rapaz asiendo una presa. El problema de los tendones que se empeñan en contraerse y contraerse hasta convertir la palma en un puño. -Ay, ay, ay. -Pero, ¿qué te ha pasado? -La tapa del retrete, que se me ha caído sobre la mano. -¿Por qué no te sientas para orinar y así no correrás el riesgo de caerte y no lo dejarás todo perdido? -Jamás haré pis sentado, como una mujer.
Así es él. La primera vez que le dijimos que salpicaba y que luego había que pasar la fregona lo consideró una calumnia y se brindó a llevarse a la boca las gotas del suelo para confirmar que eran de agua. Es incapaz de aceptar la evidencia, aunque esa evidencia olorosa le delate.
Arrastra los pies como los esclavos los remos de galera, a lamentos. Todo el cuerpo le duele, y a veces piensas que le pasa lo que a aquel paciente que cuando acudió al médico aquejado de múltiples dolores descubrió que lo que tenía roto era el dedo y no aquello que presionaba con él.
Hay días – él dice que todos- que recorre un pasillo de ocho metros de largo tantas veces como sean necesarias hasta completar 1.000 pasos, dados levantando las rodillas y extendiendo la zancada. Se niega a salir a la calle por esa coquetería que algunos hombres incuban mirándose al espejo y por la que detestan que otros seres humanos les puedan ver inclinados, sujetos a un andador o montados en una silla de ruedas. De hecho, si alguna vez no le queda más remedio que bajar a la calle para tomar un taxi o esperar el coche de un hijo o hija, que vienen a recogerle para llevarle a…, lo hace sin apoyo alguno, manteniendo el equilibrio como un funambulista sobre el cable que enlaza las dos riveras de un cañón en cuyo fondo discurre el hilo de agua que desde hace millones de años viene tajándolo. Si cae al suelo, si su coquetería le hace dar un mal paso…el daño será mucho mayor que la gloria de llegar a la puerta del coche sin tropezón alguno.
Alguien le dijo alguna vez que no nació en Ceuta, o llegando a este enclave español, como él creía y así estaba escrito en su partida de nacimiento. Que nació en Esparta y que su vida debía consagrarla a ensalzar los valores de esa civilización: ducha diaria con agua fría, sea invierno o verano; toma de sol diaria, siempre que el astro luzca, a pecho descubierto, sea invierno o verano; ingesta de alimentos sin otra finalidad que la de nutrir el cuerpo; y muestras de afecto y cariño, las justas, si las hay o ha habido en alguna ocasión, no vaya a ser que se muestre humano y eso le acabe por perturbar. Este Tindáreo contemporáneo es desprendido. Este Leónidas, a la vez estoico, se muestra generosos con todo lo material, y todo lo da. No quiere nada para él y nada pide, salvo un vasito de whisky en cada comida y ver a una locutora de televisión que comparte plató con ‘el tirantes’, como así conoce al presentador de El Intermedio, en la Sexta.
Se despierta para espabilar al gallo. Antes de que éste cante ya ha hecho en la cocina todo lo que él piensa que agrada a su mujer. Mas tarde, cuando ella se levanta, él se ha vuelto a acostar, y dos días a la semana no saldrá de su alcoba hasta que la jornalera que acude a hacer limpieza general haya abandonado la vivienda después del mediodía. Lo que me pregunto es: ¿si fuera joven, guapa y esbelta estaría danzando como un pavo en el salón mientras que ella faena?
Este hombre, a sus 89 años, aún no se ha jubilado. Sigue a disposición de su ministro y es él, o su ministerio, quien todos los meses le abona su salario. Será así hasta que muera. Siempre a disposición del ministro, siempre sirviendo a España, aunque a punto de saltar el listón de los 90 no sepa muy bien cuál es el concepto de este término y cuál es su bandera. De hecho, si por él fuera… acompañaría a Pablo Iglesias con la convicción, posiblemente equivocada, de que en él, está la verdadera revolución.

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