En el tren de las ocho X
- Atane Sanz
- 6 may 2015
- 6 Min. de lectura
Capítulo 4 - El encuentro.
Carlos
Después de arreglar todo el papeleo y de despedirme de mi familia, con multitud de besos abrazos y promesas de volver pronto, apenas me quedaban cinco minutos si no quería perder el avión.
Si las flores y la tarjeta habían hecho su trabajo en pocas horas estaría con Raquel. Verla, hablar con ella y si se obraba el milagro, la tendría en mis brazos.
Tan sólo dos horas de vuelo y estaríamos juntos. Saqué la foto de Raquel. La que había impreso a escondidas en el ordenador de mi sobrino, en previsión al tener que apagar los móviles…
–Hola cariño, creo que estás en mi asiento.
–¿Laura? ¿Pero qué demonios?
–Es el destino cariño. Me han llamado de la Central de Rehabilitación de hoy para mañana. ¿No me digas que no es gracioso Cupido? Se empeña en unirnos, primero fraternalmente a través de tu hermana, después con el mejor sexo de todos los tiempos y ahora los dos juntitos en el mismo avión…
–<<Pero es que no respira esta mujer>>–.
No dejaba de preguntarme mientras intentaba no vomitar. Tenerla tan cerca en un sitio cerrado sería la peor de las torturas. –<<¿Cómo? ¿El mejor sexo de todos los tiempos? Está loca. Con que clase de tipos a follado esta bruja. Por Dios, quiero bajarme.>>
Decidí comportarme como un verdadero animal, no sé porque creí que esa era la única forma de hacérselo entender. Por lo visto me volví a equivocar.
–Laura, no estoy de humor y me duele la cabeza. ¿Me harías el favor, de mantenerte callada? Sé que para ti es un gran esfuerzo, pero si no lo haces, empezaré a gritar que hay una bomba en este avión. Prefiero pasar treinta años en una prisión de alta seguridad, que dos horas escuchándote hablar. Tú eliges.
–Cada día eres más odioso. Si no fuera por lo que me ha contado Merxe y el gran polvo que me echaste el otro día, ni te miraría.
–¿Qué? Mira…guapa…No se qué te chismorrea mi hermana ni me interesa. Y sobre el gran polvo… Una mala follada, créeme. Y por favor cállate un rato.
El viaje, gracias a Dios lo hicimos en el más absoluto silencio, cerré los ojos y me adormecí acariciando su foto en el bolsillo interior de mi chaqueta e imaginando el encuentro con Raquel.
Finalmente llegamos a la hora prevista con un día completamente despejado.
Cuando me disponía a tomar un taxi que me llevara al cuartel de bomberos creí morir. Laura se subió en el mismo taxi, con la sonrisa del gato que se ha comido al ratón.
–Laura por Dios, ¿qué coño estás haciendo?
–Cariño, ¿No te lo he dicho? Vamos al mismo sitio. El Capitán Ramiro me está esperando.
Se sentó demasiado cerca de mí, por favor, el coche tenía el asiento trasero como un sofá, y ella, pegada. Impregnándome con ese perfume que cada vez me resultaba más pesado.
Finalmente llegamos a la estación de bomberos. Gracias a que mi equipaje era solo una maleta, la dejé en las habitaciones de los compañeros que estaban de guardia y no me preocupé en absoluto si Laura bajaba del taxi o encontraba el camino hasta el despacho del Capitán.
Caminé deprisa por el pasillo que conducía al patio de maniobras, estaba ansioso por ver a Raquel y disipar todas las dudas. Sabía por Marcelo que habían preparado una especie de fiesta para darme la bienvenida y comunicarme mi nuevo trabajo ahora que ya estaba recuperado y había recibido el alta médica.
Cuando entré en el patio la busqué desesperadamente entre la gente hasta que la vi de espaldas hablando con Marga y Bermúdez, la visión de su figura nubló mi visión y me flaquearon las piernas.
Bermúdez le ofreció una cerveza mientras le posaba la mano libre en la parte baja de la espalda.
Raquel dio un pequeño respingo ante la acción del gilipollas y automáticamente quise lanzarme a su cuello y matarlo por tocar a mi mujer.
Estaba tan enfadado que no me percaté de que la pesada de Laura se colgaba de mi brazo como una garrapata.
En ese momento Marga la tomó del brazo y la apartó de Bermúdez mientras le comentaba algo al oído aparentemente muy enfadada mientras clavaba sus ojos en mi por encima del hombro de Raquel.
–No te des la vuelta mi niña, pero tu príncipe acaba de llegar y se le ha colgado del brazo la pesada de Laura Benítez.
–No la conozco, he leído su nombre en alguno de los informes de la recuperación de Carlos, pero no la he visto nunca por aquí. Es atractiva, rubia, aunque seguramente de bote, de estatura media y la ropa demasiado ajustada. Me cae mal rápidamente.
–Ya te contaré, pero no le quites ojo mi reina. Sólo para ponerte en antecedentes te diré que es amiga de la hermana de Carlitos y una buscona que descaradamente siempre intenta meterse dentro de los pantalones de alguno de nuestros chicos.
–¿Me estas insinuando que es una guarra?
–No querida, no te lo estoy insinuando. Te lo estoy avisando.
–Marga, por favor, vamos a sentarnos. Me están temblando las piernas encima de estos tacones y tengo ganas de llorar. Si viene con ella significa que he perdido mi oportunidad.
Quise esconderme como hacía tiempo que no lo necesitaba. Fundirme con las paredes, volver a ser la mujer invisible.
–No, no mi cielo, no me llores, que me harás llorar a mí. Se ve que Carlitos está deseando estar contigo. Esa guarrilla no tiene nada que hacer. No te amargues que esa no tiene ni tu porte ni tu tronío. Además lo intenta con todos. Si es necesario tú la matas y yo la escondo en el maletero de mi twingo.
Comprobé que las palabras de Marga surtieron su efecto, porque Raquel se giró furtivamente para mirar con el rabillo del ojo mientras yo necesitaba encontrarme con su mirada.
Me desembaracé como pude de la pesada de Laura dejándola allí plantada mientras disimulando me dediqué a saludar a todo el mundo.
Mis compañeros se acercaron estrechándome la mano para darme la bienvenida y yo la extendía hablando mecánicamente, quería deshacerme de todos ellos, sólo deseaba encontrarme con Raquel que había desaparecido de mi vista.
Al final me excusé con ellos para acercarme al Capitán Ramiro que me recibió con un abrazo más típico de un padre que de un jefe.
–¿Cómo estás muchacho? Me alegro tenerte de nuevo con nosotros. Han sido muchos meses pendientes de ti.
–Gracias jefe. No veía el momento de volver.
–Algo he oído por ahí… Pero vamos a lo que vamos, disfruta del recibimiento y ve preparándote que en un rato te comunicaré junto a tus compañeros cual será tu puesto entre nosotros. Sólo espero que sepas que hemos depositado en ti muchas esperanzas muchacho.
Marcelo estuvo hablando un rato con Laura y pude ver como gradualmente cambiaba su expresión. Miró de forma retadora a Raquel y después al mismo Marcelo que la acompañó bruscamente a una de las mesas situada al otro extremo del patio.
Cuando por fin llegué al grupo donde estaba Raquel, Marga me abrazó de una forma tan efusiva que casi caemos los dos al suelo. Que vitalidad la de esta mujer, pero han sido tantos años trabajando juntos que casi formaba parte de mi familia.
–Por Dios Carlitos, que he pasado toda la noche al pie del cañón y me vas a quitar todo el maquillaje que me he tenido que poner para estar resplandeciente. Después me explicarás que hacía la guarrilla de Benítez colgada de tu brazo como si fueras algo suyo.
–No seas tan puntillosa Marga–. Y volví a abrazarla. Realmente aprecio a esta mujer cascarrabias y mandona.
Seguimos acercándonos al grupo, mientras saludaba un poco fríamente a Bermúdez, y daba un fuerte abrazo a mi amigo Marcelo, que de un tirón me puso delante de Raquel.
–¿No saludas a Raquel, viejo zorro?
–Por supuesto, creo que sólo he vuelto para eso–. Le dije clavando la mirada en ella.
–Hola–. Me dijo ella apenas con una vocecilla.
Me acerqué como atraído por un imán para darle un beso en la mejilla, demasiado cerca de la comisura de su boca.
–Dios, que hermosa eres–. Le dije lo más bajito que puede para que sólo ella lo escuchara.
–Gracias–. Me contestó, mientras cubría su rostro el rubor más bello que he visto jamás.
Durante la recepción nos hablamos, nos miramos y nos reímos de las tonterías que llegamos a hacer cuando no nos conocíamos.
Le expliqué lo mal que me sentí cuando fui a buscarle a la estación al salir del hospital. Su cara se entristeció cuando supo que me marché por esa misma razón. Era adorable. No me cansaba de mirar sus gestos, su sonrisa. Como se ruborizaba ante alguna de las bromas de nuestros compañeros.
En algún momento me contó por encima su mala experiencia con su ex novio, confesándome la razón por la que se vio humillada y obligada a dejar el trabajo que tenía.
Cuando me explicó el beso con Bermúdez y las intenciones de este para conquistarla, me invadieron los celos. No consentiría que me quitaran a esta mujer sin pelear. La conquistaría. Me convertiría en su todo.
Nunca me había sentido tan impactado con una mujer y en mi interior crecía sin remedio una necesidad sexual tan profunda como primitiva.

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