En el tren de las ocho XI
- Atane Sanz
- 9 may 2015
- 5 Min. de lectura
Sus ojos brillaban como ámbar puro y apenas fui capaz de respirar.
A pesar de estar en el exterior, no había oxigeno suficiente y mis pulmones no respondían.
Marga y Marcelo no nos quitaban el ojo de encima, por lo que sin pensar demasiado en lo que estaba haciendo, tomé su mano y la obligué a seguirme hasta los camiones que estaban aparcados en el patio.
Laura estaba furiosa y se apresuró a seguirnos, menos mal que Marga la interceptó a medio camino ofreciéndole una cerveza y obligándola a dar media vuelta, para alejarla de nosotros.
Después de arrastrar a Raquel detrás de los camiones para apartarla de las miradas curiosas de mis compañeros, la tomé de las dos manos y me dediqué a contemplarla a mis anchas. No quería perderme ni un solo detalle de su rostro, dándole así la oportunidad de verme. No quería engañarla. Tenía que ver de cerca y de primera mano las cicatrices e imperfecciones que el fuego había dejado sobre mí.
Comprobar sus reacciones y de paso hacer de mi sueño, el sueño de los dos.
Sin poder contenerme, la sujeté por la nuca y la cintura para atraerla hacia mí.
Aprisionándola entre mi cuerpo y uno de los camiones y sin romper el contacto visual rocé tentativamente mis labios con los suyos. Más despacio si cabe la segunda vez. La tercera pretendía profundizar un poco más, para ver si me devolvía el beso.
No me pude contener. La besé desesperadamente, hambrientamente, como un náufrago agarrado a la única tabla en un mar inmenso.
La reacción de Raquel fue quedarse completamente tensa, pero enseguida reaccionó devolviéndome el beso con la misma desesperación.
Degusté su boca, lo había deseado tanto, durante tanto tiempo, que pensé que me desmayaría al sentir la dulzura de sus labios, el calor de su lengua batiéndose en un duelo amoroso con la mía. Un beso capaz de escandalizar al más calavera.
Finalmente y recobrando un poco la cordura y en contra de mis verdaderas intenciones, me separé de sus labios.
–Tenemos mucho de qué hablar Raquel, ahora hemos de volver, pero cuando lleguemos a casa…
Pero ella se quedó delante de mi agarrada a mi cuello en un fuerte abrazo, resistiéndose a dejarme ir. Ante el ímpetu de su abrazo le respondí de la misma forma. Sólo deseaba tenerla entre mis brazos. Pero ya tendríamos tiempo para eso en el apartamento. Cuanto antes diera por finalizada la reunión, antes podría dedicarme a planificar mi verdadero futuro.
Le tomé de la mano para regresar a la reunión de la misma manera en que la había sacado, no sin antes besarle los dedos. Ella me respondió con una sonrisa tan seductora que creo que todos pudieron ser testigos del bulto exagerado que se mostró entre mis piernas.
Cuando nos dirigíamos a la mesa para escuchar el discurso que tenía preparado el Capitán Ramiro junto a otros altos cargos del cuerpo de bomberos, Laura no se pudo resistir y en sus ojos vi reflejada la rabia y unas ansias desmesuradas de venganza.
–¡Cariño! ¿No me vas a presentar a tu amiguita?–. Preguntó con las mejillas enrojecidas y casi podría jurar que un poquito pasada de copas.
–Claro, por supuesto. Laura, te presento a Raquel…mi novia. Raquel mi cielo, te presento a Laura Benitez, coordinadora del Centro de Rehabilitación del departamento de bomberos y una…vieja amiga de mi hermana.
Cuando el Capitán se dirigió a los presentes pidiendo silencio e instando a que todos tomaran asiento, Laura se retiró visiblemente alterada por mis palabras, tomándose una copa de champán de un solo tirón como si de un vaso de agua se tratara.
Por fin se hizo el silencio y nuestro Capitán tomo el micrófono, siendo aplaudido por todos nosotros con la camaradería que nos caracterizaba.
–Bueno, damas y caballeros, primero de todo agradecer vuestra presencia en esta reunión para dar la bienvenida a uno de nuestros bomberos más queridos.
Como todos sabéis hace casi un año Carlos Quirón sufrió en sus propias carnes lo que todos nosotros tememos cuando salimos a una llamada de emergencia.
Por fortuna y gracias a su fuerza de voluntad y a la ayuda de los Centros Médicos que nos asisten, lo tenemos con nosotros prácticamente como nuevo.
El fuego nos ha quitado a un buen profesional y desgraciadamente ya no podrá estar codo con codo ante una emergencia, pero después de consultarlo con mis superiores, estamos de acuerdo en informaros que hemos ganado al que mejor nos puede enseñar a trabajar ante cualquier emergencia.
Por lo que pido un fuerte aplauso a nuestro nuevo instructor y analista Carlos Quirón.
Finalmente el Capitán Ramiro me estrechó la mano y dio por finalizado el nombramiento, instando a seguir comiendo y bebiendo un rato más.
Raquel se estaba metiendo bajo mi piel. Desde el momento en que la levanté de la silla y vi el anhelo en sus ojos, sólo pude pensar en hacerla mía.
Había intentado luchar contra esa locura, pero cada vez que la veía a través de mi ventana arrasaba con todo mi control.
Verla por fin, tocarla, besarla, me devolvió de un solo plumazo las ganas de seguir.
Aproveché ese momento para ponerme frente a Raquel. La tomé de la cintura para acercarla a mi cuerpo y le besé la nariz. Ya no me importaba nada ni nadie. Quería que se diera cuenta de que estaba ardiendo por ella. Que comprendiera el deseo que yo estaba sintiendo.
–No puedo esperar más Raquel.
Mis palabras fueron suficientes para que lo entendiera, y tomándome de la mano se puso de puntillas para darme un suave beso en los labios, girándose rápidamente para dirigirnos a la salida.
Me encantaba su mano sobre la mía, no podía reprimir el deseo incontrolable de sentirla en mis brazos, piel con piel. Acariciar cada rincón de su cuerpo. Escuchar los gemidos de placer que estaba seguro podía darle a ella.
Caminamos entre la gente despidiéndonos con una leve inclinación de la cabeza, mientras continuábamos cogidos de la mano.
Al pasar junto a Marcelo, me lanzó las llaves de mi coche que durante muchos meses se había encargado de cuidar por mí. Tampoco fueron necesarias las explicaciones cuando en la salida encontramos a Marga con mi equipaje, la chaqueta, el bolso de Raquel y una sonrisa de oreja a oreja.
Caminé tan deprisa que creo que a ella le costaba seguirme, pero no escuché ni una sola queja.
Al llegar a mi coche le abrí la puerta y se acomodó en el asiento del acompañante, estaba tan nerviosa que pude oír su respiración agitada.
Permanecimos en silencio mientras circulábamos por la ciudad, apartando la vista de la carretera de forma intermitente para mirarla. Finalmente apoyó su mano en mi pierna y me regaló una sonrisa que me obligó a fijar la mía en su rostro, en su boca, impaciente por volver a probar sus labios. Estaba a punto de perder la razón.
Me costaba pensar en algo que no fuera besarla, en su cuerpo junto al mío.
Hacía mucho tiempo que no deseaba nada como la deseaba a ella. No quería sólo una noche de sexo, quería mucho más, lo quería todo. Sabía en el fondo que éramos dos desconocidos, pero también éramos adultos y sobre todo era tremendamente hermosa.
En otras ocasiones eso me habría bastado para lanzarme a seducir a una mujer.



































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