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En el tren de las ocho XII

  • Atane Sanz
  • 9 may 2015
  • 7 Min. de lectura

Capitulo 5 - Una noche no es suficiente

Raquel

–Vamos a brindar– había dicho Marga, levantando su botella de cerveza– Por el retorno de nuestro Carlitos y nuestra nueva adquisición Raquel. Que no sólo está quitándome un montón de horas extras, si no que parece que también ha conquistado el corazón de uno de nuestros chicos.

–Muérdete esa lengua Marga– le dije un poco altanera y bebí un sorbo de mi cerveza. Esperaba que nadie se diera cuenta del rubor que había en mi cara y de lo contenta que me sentía al ver que me incluían en sus celebraciones como a un miembro más. Ya no era una extraña. Empezaba a ser parte de algo.

–Venga muchachos, otra ronda para todos. Menos para la pequeña Raquel, hoy va a ser un largo día para ella y espero que también una larga noche– dijo mientras me miraba con la más tierna de las sonrisas.

Todos cedieron ante la voluntad de Marga. Era un torbellino, una fuerza a tener en cuenta. Una mujer que tomaba la vida de frente y hacia lo que quería.

Por primera vez desee ser como Marga. Desee ser más audaz, más desinhibida, para poder ir a por lo que quería. Quería mi final feliz. Mis felices para siempre.

Habían organizado la reunión para dar la bienvenida después de su recuperación a Carlos Quirón, y nombrarle oficialmente como nuevo instructor.

Por fin lo vería, por fin sabría si mis sentimientos y los suyos viajaban en la misma dirección.

Todos estaban presentes, los compañeros, las esposas y las novias. Incluso alguna que otra amiga con derechos.

Estos hombres se dejaban la piel en cada intervención. Claro que habían algunos muy guapos y otros un poco menos, pero todos lucían unos cuerpos fabulosos, dignos de poner en un museo. Hechos a base de muchísimo esfuerzo y largas horas de entrenamiento.

No era de extrañar que las mujeres merodearan constantemente alrededor de ellos con intenciones de llevarse un buen pedazo de bombero.

Agradecí que Marcelo mantuviera sentada en la otra punta de la mesa a la charlatana de Laura. Esa mujer me había caído mal desde que entró cogida del brazo de Carlos.

No era cierto. Estaba celosa porque estaba convencida que se había relacionado íntimamente con mi bombero, a pesar de que me la presentó como una amiga y la coordinadora con sanidad.

Aunque por su comportamiento parecía que Carlos era amigo de todo el mundo.

Mi precioso bombero había sacudido mi mundo con un apasionado beso después de secuestrarme para llevarme tras los camiones del cuartel. Y aunque me hubiera gustado esconderme debajo de una piedra por ese acto público de afecto, saqué fuerzas de flaqueza para demostrar mi felicidad.

Ese hombre era mío y lo dejaría claro delante de todos. Sobre todo de la “arpía-calentorra-estoy-aquí-y-soy-facilona” de Laurita.

Esa fue la razón por la que le respondí con un fugaz beso en los labios cuando me dijo que quería ir a casa. En lugar de salir huyendo como un ratón asustado.

¡Bien por mí!

Hicimos todo el camino en silencio.

Entramos en el salón donde estaba el ventanal con vistas a la estación del tren, dejé la chaqueta y el bolso sobre el sofá y me quedé apoyada en la ventana.

Carlos me miraba desde la puerta después de cerrarla, con una mirada entre seductora y con miedo, desnudándome con los ojos y al mismo tiempo receloso de acercarse.

Me sentí un poco intimidada, pero sacando fuerzas de donde no las tenía me acerqué a él y rodeé su cuello con mis brazos sin apartar la mirada de su rostro.

Mi acción de abrazarlo fue el pistoletazo de salida.

Me aprisionó contra su cuerpo, metió la cabeza en mi pelo respirando mi perfume con fuerza, repartiendo pequeños besos por toda la extensión de mi cuello.

Lo había deseado tanto durante tanto tiempo, que estaba volviéndome loca.

Apartó la cabeza de mi cuello para mirarme directamente a la cara. Sus ojos negros brillaban de lujuria y sin poder resistir más devoró mi boca lamiendo mis labios para que le dejara entrar. Cuando encontró mi lengua me fundí con él en un beso salvaje y apasionado.

Mi pudor salió por la puerta para dejarme completamente entregada a sus caricias.

No recuerdo como o en qué momento llegamos a su habitación, o eso supuse, pues era la más cercana al salón.

Ya era imposible detenernos y comenzamos a desnudarnos mutuamente dando tirones a la ropa. Mi control también había salido por la puerta y no podía esperar más a sentirlo sobre mi cuerpo.

Le estiré de la camisa hasta conseguir que todos los botones salieran lanzados por el suelo, mientras él seguía arremetiendo con su lengua mi boca.

Carlos respiraba entrecortadamente, separó su boca de la mía para seguir besándome la mejilla, después el hombro hasta llegar al nacimiento de mis pechos mientras me empujaba sobre la cama y se ponía sobre mí empujando su erección sobre mi vientre.

–Raquel…pídeme que me detenga–.Me dijo suplicante aunque continuaba restregándose contra mí.

Le acaricié el rostro con ternura, no lo pude evitar, mi deseo era tan apremiante como el suyo y no le contesté, no fue necesario. Le besé sin cerrar los ojos, le acaricié los labios con mi lengua y la introduje en su boca imitando el movimiento que deseaba me hiciera con su miembro en mi sexo.

Suspiró mientras deslizaba la mano por la curva de mi columna hasta detenerse en la parte posterior de mi muslo.

—Hay algo entre nosotros Raquel. No son imaginaciones mías.

Se levantó sin apartar la mirada y terminó de desnudarme. No sé donde fueron a parar mis zapatos o mi ropa interior, pero nada me importaba, sólo él.

Completamente desnudo frente a mí, hizo algo que me desconcertó.

–Mírame Raquel. No apartes tu mirada…Solo te pido que veas mi cuerpo…

Por su mirada supe inmediatamente que quería decir. Pretendía que viera sus cicatrices. Necesitaba saber mi reacción y adiviné sus miedos. En el fondo un hombre jamás sabrá de lo que es capaz una mujer enamorada. No permití que terminara la frase.

Me arrodillé en la cama y lo sujeté por las caderas para tenerlo más cerca. No eran necesarias las palabras. Mis ojos y mis actos le darían la contestación a sus temores.

Me incliné hacia adelante y le pasé la lengua por el centro del esternón. Lamiendo la cicatriz rosada que le atravesaba de forma irregular desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda. Besé su ombligo mientras con las manos acariciaba su precioso culo para dirigirme a las cicatrices de sus muslos. Las repasé una a una, mientras con mi boca besaba suavemente su erección hasta los testículos. Su respiración cada vez más errática me confirmó lo mucho que le gustaba mi reacción. Murmuraba cuanto me necesitaba, que le estaba volviendo loco de deseo, sin dejar de acariciarme el pelo el cuello, los hombros.

Tome su erección con las manos y la introduje en mi boca, sin dejar de mirarlo.

–Dios, cariño. Necesito tenerte. Dime que puedo tenerte–. Me repetía.

Los temores desaparecieron junto a los traumas, solo estábamos nosotros, un hombre y una mujer haciendo el amor, sintiendo el amor.

Deslicé mi lengua por su pene, para volverlo a introducir en mi boca una y otra vez.

–Por favor, por favor–. Decía entre jadeos.

Me agarró por los brazos para tumbarme en la cama, su cuerpo sobre el mío, sus ojos me miraban con tanto anhelo que me excitó más de lo que ya estaba.

–Tómame —susurré contra sus labios.

Colocó mis piernas sobre sus hombros y me penetró de una sola estocada tan profunda que me hizo llegar a un clímax tan inesperado como devastador.

Me bajó las piernas para ponerlas en sus caderas iniciando un movimiento de vaivén, hundiéndose en mi interior una dos tres veces. Estaba extremadamente húmeda y eso facilitó sus envestidas. No paraba de besarme de acariciarme.

No sé como lo hizo pero nos dio la vuelta y quedé sentada a horcajadas todavía con él en mi interior.

Era la primera vez que me sentía tan excitada, tan deseada.

Mientras, él jugaba con mis pechos, los chupaba, los mordía y seguía empujando con su cadera dentro de mí cada vez con más intensidad.

–Te siento cariño. Déjame ver como te hago sentir. Sólo yo. Dámelo por favor. Lo he soñado tantas veces.

No le hice esperar, sus palabras, su pasión fueron el detonante y un millar de sensaciones atravesaron mi cuerpo hasta hacerme gritar.

Su erección se expandió y se agitó dentro de mí antes de expulsar, chorro a chorro, su simiente en mi interior.

Me desplomé sobre su cuerpo mientras él me abrazaba apretándome con fuerza, asegurándose de que vaciaba hasta la última gota de su eyaculación.

Exhaustos permanecimos entrelazados, jadeando y esforzándonos por respirar.

Me quedé así, sobre su pecho saciada y agotada, jadeando y dolorida por el esfuerzo y sintiendo que su erección no retrocedía.

Me obligó a abrir los ojos y a levantar la cabeza para centrarse en mí. Analizando mi rostro, se acercó a mi boca y me dio un beso en los labios maltratados con toda la ternura del mundo.

Jamás me había sentido tan bien.

La ferocidad de este hombre, su ternura y su cuerpo superaron con creces cualquier experiencia anterior.

Siguió acariciándome la espalda. Me pesaban los párpados. Casi estaba dormida cuando noté su respiración pausada, cogió un mechón de mi pelo y jugueteó con él entre sus dedos.

–Una sola noche nunca será suficiente Raquel. Te he esperado tanto tiempo que ahora no puedo dejar que te separes de mí. ¿Me escuchas?

–Ummm.

Él sonrió levemente, y me acarició la cabeza apretándome contra su pecho.

La luz de la mañana entraba a raudales por las cortinas que se habían quedado abiertas y Carlos estaba aferrado a mi cuerpo con la cara pegada a mi espalda.

Tenía las piernas entrelazadas a las mías y podía sentir su respiración pausada.

Aún adormecida me acurruqué más en sus brazos y de forma instintiva afianzó más su agarre en mi cintura, lanzándome a un mar de sensaciones que creí que no sentiría jamás.

No podía empezar a tejer ilusiones en mi cabeza, pero de alguna manera se me hacía inevitable.

Aunque era la primera vez que estábamos juntos físicamente, nos habíamos conocido en la distancia y me sentía completa e irremediablemente unida a él. Ahora sólo faltaba conseguir que él sintiera lo mismo.

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