En el tren de las ocho XIV
- Atane Sanz
- 14 may 2015
- 12 Min. de lectura
Capitulo 6 - Los errores se pagan
Carlos
El domingo nos despertamos tarde. Mis manos estaban aferradas a su precioso culo y mis piernas enredadas entre las suyas. Cuando se acurrucó más a mí, cerré los ojos por miedo a que fuera todo un sueño. Volvía a estar completamente erecto a pesar de la maratón de sexo que habíamos tenido durante dos días completos, no tenía suficiente de ella.
La besé con pasión, devorándole los labios. Quería decirle que era mía, que yo era completamente suyo, se lo mostré entre besos y caricias inundándola con mis sentimientos mientras la penetraba lentamente, avivando un fuego que parecía no extinguirse nunca.
Tardé mucho rato en salir de ella. Habíamos traspasado el límite del placer y conseguido tantos orgasmos que nos fue prácticamente imposible levantarnos de la cama.
Raquel acurruco su cabeza en el hueco de mi cuello y entrelazó sus piernas con las mías, mientras yo la rodeaba con mis brazos. Así abrazados volvimos a dormirnos.
El ruido del teléfono nos despertó.
Raquel cogió el teléfono de la mesilla de noche sin pensar que era el mío.
―Hola cielo. ¿Cómo está mi semental?
―¿Hola? ―contestó medio adormilada.
―Pásame con mi Carlos, nena. Tengo que hablar con el despistado de mi cariñito–.
Raquel me pasó el teléfono visiblemente afectada. Estaba pálida y le tembló la voz cuando me habló.
–Es… es esa mujer. Lo siento no quería entrometerme… yo sólo…no pensé…
―¿Qué quieres Laura? ¿Para qué me llamas? ―. <<¡Mierda, joder! Que quiere esta ahora, es como una pesadilla>>
―Pero que carácter amorcito. Solo quería recordarte que mañana a las nueve tendrás que firmar los documentos de tu alta definitiva, y no seas tan gruñón, ya sabes que el papeleo no se termina nunca. Mírame a mí, un domingo por la tarde y trabajando para que mi hombre pueda reincorporarse a su nuevo trabajo…
―<<¿Pero es que esta mujer no se calla nunca?>> Lo sé Laura, de todos modos pensaba llegar a esa hora para coincidir con el horario de Raquel. Así que hasta mañana.
Colgué la llamada y tiré con desgana el teléfono sobre la cama.
Mi buen humor se había esfumado, sentía el miedo en los huesos y tenía la desagradable sensación de que Laura estaba boicoteando mi relación con Raquel.
Empezaba a temer que mi eder se enterara del nefasto revolcón que tuve con Laura.
―¿Qué hay entre Laura y tú? ―. Me preguntó mientras se sentaba en la cama y se envolvía con la sabana, muy contrariada.
―<<¡Mierda, mierda!>> ¿Porqué me preguntas eso? Ya sabes que es una vieja amiga de mi hermana, y la encargada de todo lo referente a mi recuperación.
―No…no me gusta esa mujer, te habla como si… me hace sentir… incómoda―. Me dijo con un hilo de voz, verdaderamente afligida. Se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño.
Raquel estuvo bajo la ducha el tiempo suficiente para calmarse. Cuando salió envuelta en una toalla se le veía muy triste, y se marchó directamente a su habitación sin dirigirme ni una sola mirada.
Quería abrazarla, besarla, decirle que desde que la vi por primera vez en la estación no hubo otra mujer para mí, pero le estaría mintiendo, pues apenas tres semanas atrás me follé a Laura. Una equivocación que empezaba a pasarme factura. Fue culpa mía, me arrepentí en el mismo instante que le dejé meterme la lengua hasta la garganta.
¿En qué estaba pensando? Estaba claro que Laura es de las que confunden las cosas, aunque le dije mil veces que no significó nada en absoluto. Si no quería complicaciones debería haber mantenido mi bragueta cerrada. Ahora ese error estaba haciendo llorar a Raquel.
Cada lágrima suya era un dolor en mi corazón.
Me metí en el cuarto de baño dando un portazo, enfadado conmigo mismo por mi cobardía y con la perra de Laura por inmiscuirse en mi vida. Con la vaga esperanza de que bajo el chorro de agua todos mis remordimientos y mi furia corrieran por el desagüe. Cuando me sentí un poco más calmado me sequé con la misma toalla que había utilizado Raquel. La quería en mi piel, necesitaba su olor, su sabor. Que borrara cualquier vestigio del paso de otra mujer sobre mi cuerpo.
Nuestra relación era demasiado reciente y frágil para permitir intromisiones de terceras personas que la estropearían irremediablemente.
Las horas pasaban y Raquel permaneció encerrada en su habitación.
Quise darle un poco de espacio para pensar, pero por más que intenté distraerme ordenando el apartamento, el miedo a perderla crecía y me desesperaba.
Preparé algo ligero para cenar. Una ensalada y un poco de pollo a la plancha.
Abrí una botella de vino y preparé la mesa como si se tratara de una cena de cinco tenedores. Necesitaba redimirme ante ella. Empezar a conocernos y seguir haciendo el amor.
Cuando entré en su habitación estaba sentada a los pies de la cama, envuelta en una bata de seda de color amarillo pálido, con la espalda completamente recta y las manos cruzadas en su regazo. Su cara congestionada demostraba que había estado llorando.
–Hola. He preparado algo para cenar.
–Estaba a punto de irme a dormir.
–¿Qué te pasa?
–Nada, solo estoy… cansada.
–Tonterías, llevas horas aquí encerrada y se nota que has estado llorando. ¿Qué he hecho mal? Por favor, hablemos.
–De verdad Carlos, ha sido un día muy…largo. Ya hablaremos mañana.
–¿No vas a contarme qué he hecho mal? ¿Vas a dejarme así, sin poder defenderme?
Mi preocupación le traspasó. Las lágrimas volvieron a caer sin control por sus mejillas. Antes de que sus sollozos llegaran a más, la abracé acariciando su precioso pelo, mientras depositaba un millar de besos en su cabeza.
–Cuéntamelo cariño. Si no, no sé como puedo ayudarte.
–No puedo empezar a…depender de ti. Nunca me ha salido bien…siempre han terminado haciéndome daño…y… estoy bien. No te preocupes.
–Habla conmigo. Estábamos bien. Más que bien. Habíamos hecho el amor hasta caer rendidos y de repente…
–Ha llamado esa mujer. Yo no quería entrometerme. Estaba dormida. Y ella me dijo que tú…eras suyo. Y… ya he pasado por eso antes. No quiero volver a vivir otra humillación.
–Mierda.
Yo sabía la clase de mujer que es Laura. El daño que puede hacer siempre aparentando entre en los límites del acoso y la inocencia.
–Eder, entre esa mujer y yo no hay nada. Nunca lo habrá. Ni antes de ti, ni nunca. No me interesa. Tienes que creerme. Si te hace sentir mejor hablaré con ella. La denunciaré por acoso. Lo que tú me pidas. Pero por favor… sal de esta habitación y vuelve a mi cama. Déjame estar contigo. Déjame demostrarte que esto que hemos empezado va en serio.
La abracé como nunca había abrazado a nadie, casi con desesperación. Tenía que mostrarle que para mi ella era mi oportunidad de ser feliz. Le susurré al oído mientras le abrazaba, que con ella olvidaba mis heridas. Ella me hacía sentir que estaba vivo. No había nada en este mundo que no hiciera por ella. Mi sueño de conocerla el día que la vi corriendo por el andén de la estación con aquellos tacones.
Le expliqué lo que sentí cuando escondido detrás de las persianas del salón me despedí de ella. La promesa que lancé al aire de renacer para ella.
Le hablé de mis miedos a su repulsión por mis cicatrices.
Raquel me miró, con los ojos aún irritados por el llanto. Puso las palmas de sus manos en mis bíceps, acarició mis músculos hasta la ancha curva de mis hombros. Siguió subiendo hasta el cuello, hasta la esquina de la boca.
–Mírame Carlos. Quiero que me mires mientras te toco. Mis ojos no te van a engañar.
No me moví. Creo que también dejé de respirar.
Con un ligero toque de sus dedos, repasó mi cicatriz desde el borde de la mandíbula hasta la parte del pelo donde la cicatriz desaparecía bruscamente.
Trazó cada centímetro de mi marca y repitió el proceso con su boca, repartiendo besos por toda la longitud hasta terminar con un beso en mis labios.
Mientras me besaba, me deleité con su dulzura, su honestidad. Cuando se retiró de mis labios, apoyó su mejilla en mi pecho. Pudo sentir los latidos desbocados de mi corazón. Creo que por primera vez me avergoncé de mi egoísmo del pasado.
–Te he descuidado mucho mi eder, tienes que estar hambrienta. Vamos, comamos algo. Démonos la oportunidad de ver a donde nos lleva todo esto.
Cenamos y nos acurrucamos en el sofá. Nos hicimos confidencias sobre nuestras vidas antes de conocernos.
Nuestras esperanzas. Nuestros sueños. No dejamos de tocarnos en ningún momento, pero tampoco intentamos acortar las distancias para transformarlo en algo sexual. Fue una escena muy doméstica que creo que disfrutamos los dos.
–Ahora, señorita, vamos a la cama. Mañana nos espera un largo día de trabajo, prácticamente sin vernos y… ya te echo de menos.
–Gracias por una cena fabulosa.
–¡Uf! Menuda cena. Sólo preparé un poco de pollo. Tú recogiste la mesa y cargaste el lavaplatos. Eres una mujer muy hacendosa– le dije mientras acariciaba su precioso rostro.
Me sentí muy afortunado de tenerla en mi vida, aunque a ella no se lo dije. Era demasiado pronto para esa confesión. Me estaba enamorando a una velocidad que asustaba. Eso tampoco se lo dije.
A las seis y media el despertador nos trajo de vuelta del país de los sueños.
Nos sorprendió abrazados y entrelazados como si esa posición fuera nuestro estado natural. No hubo pesadillas ni necesité somníferos. Hacía meses que no despertaba tan dulcemente y tan relajado. Sin ningún malestar. Raquel era mi paz. Ella aún no lo sabía, pero nunca la dejaría apartarse de mí. Sí, estaba al corriente que era egoísta por mi parte, pero la ataría a mi corazón, porque nuestro destino era estar juntos.
La besé dulcemente en los labios para desearle buenos días. Hicimos la cama juntos. El café, juntos. Nos duchamos al mismo tiempo y le hice el amor en la ducha.
Aún sabiendo que estaríamos en el mismo edificio y que podría verla en cualquier momento, nos despedimos en la puerta con un beso y un abrazo, como si fuéramos a separarnos para siempre.
–Me gusta tanto besarte, que me cuesta separarme de ti– le dije entre beso y beso.
Como siempre Marcelo llegó haciendo un ruido infernal con su Mercedes SLX-200 en color rojo chillón. El muy idiota mimaba ese coche como si fuera un bebé. Aunque seguramente le sacaba provecho cuando lo conducía por todo el país. No conocía a nadie al que le gustara tanto pasar horas y horas conduciendo, aprovechando cualquier momento para pillar la carretera y desaparecer tres o cuatro días, sin decirle a nadie cual era su destino.
Su metro noventa salió desdoblándose del coche deportivo. Llevaba unas gafas de aviador idénticas a las mías y su uniforme de trabajo azul marino. Camiseta muy ajustada de manga corta, que marcaba los músculos de sus brazos y acentuaba la amplitud de su espalda. El muy sinvergüenza disfrutaba pavoneándose delante de las mujeres y dejándolas con la boca abierta. Había conseguido un uniforme muy similar a un traje de camuflaje del ejército, solo cambiaba el color.
–Buscaos una habitación– medio gritó al pasar por nuestro lado.
–Aguafiestas–le respondí con una media sonrisa.
–A trabajar Romeo– Y se dirigió al interior del edificio con una carcajada, feliz de haber interrumpido nuestro momento.
–Me van a fastidiar todo el día por este beso.
–Seguro que tú lo puedes soportar.
–Bueno. Nos vemos luego.
Los días pasaban sin apenas darnos cuenta. Íbamos juntos al trabajo, comíamos juntos, la visitaba en su puesto de vez en cuando y le robaba un beso cada vez que podía. Luego regresábamos a casa siguiendo la misma rutina de hacerlo todo juntos.
Los festivos eran aún mejores. Nos levantábamos tarde por culpa de un deseo arrollador que parecía no atenuarse. Salíamos al cine o a dar un paseo por la calles de Bilbao. Era feliz, éramos felices. Aún no le había confesado con palabras que la amaba, pero por Dios que lo hacía como jamás pensé.
Nunca creí que llegaría a desear matar a un ser humano. Odiar tanto a una persona.
Debería haber sospechado que la loca de Laura tenía una personalidad muy parecida a Alex Forest. La malvada cuece conejos de la película Atracción fatal. Mis desplantes la lanzaron directamente a mi yugular, y maldita mil veces que la muy zorra consiguió sacar lo peor de mí.
Después de tres horas de entrenamiento con los chicos me avisaron que el capitán necesitaba hablar conmigo en su despacho.
Nunca debí abrir aquella puerta.
La encontré sentada en su escritorio. La falda negra subida hasta los muslos enseñaba descaradamente una parte de su anatomía completamente desnuda. La blusa de raso blanca estaba desabrochada por debajo de sus pechos, mostrando parte de un pezón.
Las náuseas regresaron a mi boca y quise vomitar sobre ella cuando empezó a hablar mientras abría más y más la piernas mostrándome su coño empapado.
–Bien Carlos. Por fin solos. Ponte cómodo amor, porque vamos a tener una conversación…larga y tendida.
–¿Laura, que significa esto? ¿Dónde está el Capitán? ¡y tápate, no seas descarada!
–Significa, amor, que tú y yo tenemos cosas pendientes que aclarar. ¿No te imaginas cuales?
–No, no tenemos nada pendiente– le grité, desesperado por salir de allí, pero como siempre no parecía entenderme.
Laura levantó las piernas y apoyando los talones en el escritorio empezó a masturbarse frente a mí.
No lo pude soportar, me sentí ultrajado, y dándome la vuelta me dirigí a la puerta mientras le insultaba.
–No tan rápido amor. Aún tenemos que determinar donde viviremos tú y yo cuando nazca nuestro pequeño.
Un disparo en el estómago no me habría dejado más herido de muerte.
–¿De qué demonios estás hablando? – le grité desencajado. No podía ser. Era imposible.– y deja de tocarte. Es… asqueroso.
–No decías lo mismo hace un par de meses… y además estoy a punto de correrme… ¡tócame Carlos, tócame como hiciste aquella…noche…¡ahhh! fóllame amor, fóllame, fóllame.
Mientras la sujetaba por los brazos y la zarandeaba exigiéndole una explicación, Laura se corrió con un alarido tan fuerte que no escuche cuando alguien entró en el despacho.
Raquel estaba en el umbral. Su mano agarrotada en el pomo de la puerta. Sus ojos…
Había tanto dolor en sus ojos que me quedé congelado. No podía articular ni una sola palabra de descargo.
Raquel, mi Raquel salió del despacho cerrando la puerta tras de si, lentamente, silenciosamente, sin decir ni una sola palabra mientras una carcajada de Laura me devolvió a la triste y cruel realidad.
Lo veía todo rojo. La ira y la desesperación invadieron todo mi cuerpo que temblaba sin poderlo remediar. Lo arreglaría con Raquel. Sí. Se daría cuenta de que toda esa situación había sido una trampa. La haría entrar en razón con mis besos y mi amor. Pero antes tenía que deshacerme de Laura. No paraba de reír como una posesa. Yo no paraba de temblar, creo que estaba en shock.
Laura reía y se burlaba de mí, de Raquel. Se sujetó los pechos mientras me los ofrecía intentando ponerlos frente a mi cara.
–¡Mira mis pechos amor! ¡Estoy tan cachonda! ¿Vas a follarme como aquella noche en mi coche? Ver la cara de la simplona de tu amiguita me ha puesto empapada.
No lo pude soportar más. Estaba loco de rabia. En ese momento nada me importó. Una parte de mi se daba cuenta que esa zorra había conseguido separarme de Raquel. Había matado a mi amor.
No recuerdo muy bien todo lo que aconteció. Estoy casi seguro que en ese momento mi cuerpo y mi mente se habían separado. Hasta mis oídos llegaban voces y gritos supuestamente para hacerme entrar en razón, una razón que había perdido porque solo sentía como mis manos apretaban la garganta de aquella hija de puta. Su cuello se reblandecía entre mis garras que lo apretaban cada vez más, y la satisfacción recorría todo mi cuerpo irradiándome un sentimiento de paz. Saber que le estaba segando la vida se convirtió en algo orgásmico. Una locura sí. Pero ya no escuchaba, no veía, tampoco me importaba nada. Solo tenía un inmenso, grandioso, descomunal odio por Laura.
Alguien me sujetó la cara por detrás haciéndome una llave levantándome el mentón y al mismo tiempo me agarraban los brazos para ponérmelos a la espalda. En cuestión de segundos estaba tirado en el suelo y dos hombres me mantenían atrapado sin poder moverme.
Laura se agacho frente a mí mostrándome su coño y mientras se tocaba el cuello con una voz rasposa, me dio el tiro de gracia.
–Te avisé muñeco. Si no eres mío, no serás de nadie.
El olor de su sexo llegó hasta mi nariz. Entonces vomité.
No sé cuanto tiempo permanecí en estado de hibernación, sólo recuerdo estar metido bajo la ducha del gimnasio intentando aclarar mi cabeza y sacarme de ella los deseos de matar a Laura, a Bermúdez y a todo el que se pusiera de por medio para apartar a Raquel de mi lado.
Me extrañó la conversación que mantuvo Marcelo por teléfono al otro lado de las duchas, pero reconozco que estaba demasiado alterado para entender bien la situación.
–…Sí, él está muy alterado…No puedo culparlo tampoco, no sé qué haría yo en su lugar, supongo que lo mismo…Tienes que contárselo todo. No podemos permitir que ocurra de nuevo…Sí pienso lo mismo..Te mantendré informada, veremos como podemos solucionarlo…¡No, no llores!...Te avisaré, sí, te lo prometo, no lo voy a dejar…Bien, hasta luego…Te quiero.
No entendía nada. Por la forma de hablar seguro que era una mujer. Pero su tono, su despedida…¿Marcelo mantenía una relación? ¿Porqué no me había contado nada? Se suponía que éramos amigos, más que amigos, hermanos. Y mantenía una relación en secreto.
Pero yo tenía cosas más importantes entre manos que la vida amorosa de mi amigo.
Mi futuro estaba en la cuerda floja por culpa de una loca rencorosa. ¡Dios! ¿De verdad me estaba pasando esto? ¿Era una prueba a mi capacidad para aceptar mi vida de mierda?
Marcelo volvió para sacarme de mis pensamientos.
–¿Estás mejor, más calmado?
–No, no estoy bien, no entiendo porque está ocurriendo esto, pero te juro que lo voy a averiguar. Aunque tenga que matar a esa mujer…
–¿Te la follaste?
–¡No! sí. ¿Puede un hombre decir que le ha violado una mujer? Porque así es como me sentí.
–Cuéntamelo amigo, cuéntamelo para poder ayudarte. No te voy a juzgar. Pero necesito saber para ver como salimos de todo este lío.
Se lo conté todo, no escatimé detalles. Le conté mis sentimientos y porque me dejé embaucar por Laura a pesar de saber que quería de mí. El asco, la vergüenza, su acoso y finalmente la escenita del despacho.
–¿Estás seguro que no la dejaste embarazada?
–Segurísimo. Cuando llegue a mi habitación y me metí en la ducha, todavía llevaba el condón puesto. No estaba roto. Es imposible que esté esperando un hijo mío.
–Está bien. Vamos al vestuario de arriba. Raquel está muy afectada. Tienes que entender que no es una situación fácil para ella. Pero vamos a intentar que te escuche. Mantén la calma.
Dale un poco de espacio, no la atosigues. ¿De acuerdo? Ahora vamos, intentemos salvar lo que podamos.
–No la engañé Marcelo, te juro que yo no provoqué esta situación.
–Lo sé amigo, lo sé. Y también sospecho quien ayudó a esa perra a montar ese teatro. Vamos.

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