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En el tren de las ocho XV

  • Atane Sanz
  • 15 may 2015
  • 12 Min. de lectura

Capitulo 7 - No importa dónde te escondas el dolor lo llevas contigo.

Raquel

Me dolía la cabeza. Era una locura. Cada vez más iban encajando las situaciones, las medias verdades y todas las mentiras. Yo le pregunté si tenía algo con Laura. Lo sospechaba por sus reacciones, pero siempre lo negó. Debía pensar que era la tonta del pueblo. Las pistas estaban frente a mí, pero estaba distraída con él, con sus atenciones. Les había pillado teniendo sexo en el despacho. Por Dios, estaban follando en el despacho del Capitán. Mi cabeza estaba a punto de explotar y no podía quitarme de la mente a Laura en pleno orgasmo. Me juró que lo nuestro era real, hacíamos el amor a diario más de una vez… y aún le quedaban fuerzas para Laura…Ese. Ese gran hipócrita, desalmado, mentiroso, mentiroso.

Las lágrimas caían por mis mejillas sin control, el corazón me rabiaba y volví a sentir la humillación y la vergüenza. Volví a tropezar en la misma piedra, sólo que esta vez me dolía más, muchísimo más.

Mientras vaciaba mi taquilla vi a Marga que me miraba completamente desencajada. Estaba totalmente segura que mi expresión era muy similar a la suya, sólo que por mi rostro seguían cayendo lágrimas sin control.

–Yo te llevo– Me dijo Marga intentando mantener la calma– Si tienen tiempo de follar en el trabajo, que se ocupen también del teléfono.

Carlos entró en el vestuario acompañado por Marcelo, sus ojos reflejaban el dolor y la incertidumbre.

–Raquel, por favor. No es lo que crees. Déjame explicarte. Esa loca…

–Mandaste a Bermúdez para avisarme que fuera al despacho. ¿Querías… querías que lo viera con mis ojos? ¿Tan difícil era para ti decirme que lo nuestro debía terminar? ¿Por qué?

No podía seguir avergonzándome tanto, apenas me quedaban fuerzas, las piernas no me sujetaban, a duras penas podía hablar. Mientras él me miraba con los ojos inyectados en sangre.

–Yo no te mandé a nadie Raquel. Tienes que creerme. Todo lo ha orquestado esa loca.

–¿Por eso me querías en el despacho, para reíos de mi? ¿Me habéis convertido en vuestra fuente de entretenimiento? Eres. Un. Cabrón.

–No, no, no. No es así. Yo no te mandé llamar. Hace unos meses prácticamente me obligó. Te juro que me dio asco. Sólo fue una vez… Maldita sea, sólo fue una asquerosa y desagradable vez. Desde entonces me persigue. Te lo juro Raquel. Tienes que creerme, esa mujer lo ha preparado todo para inculparme. Pero yo no quería esa mierda. No la he deseado nunca.

–¿Cuándo pensabas decirme que erais amantes? ¿Cuándo?

Por un instante, sólo por un instante, lo vi todo negro y el suelo parecía demasiado cerca de mi cuerpo. Estuve a punto de desmayarme. Mi mente volvió en sí cuando sentí los brazos de Carlos a mi alrededor. Nunca había perdido tanto la compostura como en ese momento. Mi estómago dio un vuelco. Mis ojos se secaron de golpe y una ira desmesurada se apoderó de mí. Quería hacerle daño, infringirle tanto dolor como el que yo estaba sintiendo. Quería llorar a gritos, enroscarme sobre mi misma y meterme en el rincón más oscuro, donde nada ni nadie pudiera encontrarme.

–¡No te atrevas! – le grité mientras fuera de mis casillas, le golpeaba con las manos cerradas en puños en el pecho–¡No te atrevas a tocarme nunca más, hijo de puta!

–Por favor, Raquel, para. Te vas a lastimar. Por favor mi vida.

–¡No! ¿Por qué a mí? ¿Qué te hice yo? Chulo de mierda.– le gritaba esperando una respuesta lógica. Tenía que salir de allí, huir lo más lejos posible de él y de ella, de mí, de mi dolor. – Me voy de aquí y no te atrevas a detenerme. No quiero volver a verte. Nunca. ¿Me entiendes?

–No Raquel, por favor, no.

Carlos tenía los ojos abiertos de par en par. Nunca en toda mi vida había visto tanto miedo en unos ojos.

–Por favor. Déjame que te explique.

– ¿Explicarme qué? He visto todo lo necesario– le grité de nuevo. – No hacen falta más explicaciones. Está todo muy claro. Ni gritándolo a los cuatro vientos habría quedado más claro

De repente me di cuenta de que había mucha gente presenciando nuestra pelea. Todos los muchachos estaban en la entrada del vestuario, nos miraban incómodos, algunos más allegados incluso con pena. Marcelo muy serio no dejaba de mirar a Carlos. Laura estaba medio escondida al fondo. Se le veía claramente satisfecha de sí misma. Por un breve espacio de tiempo cruzamos nuestras miradas, La de ella con prepotencia, la mía con todo el odio del que era capaz de sentir. Por fin había logrado lo que buscaba. Pues para ella, que se lo quedara y lo disfrutara.

Bermúdez apareció de la nada empujando por detrás a Carlos.

–Eres un gilipollas– le gritó a la cara con verdadero odio.

Marcelo lo sujetó del brazo para sacarlo fuera, pero Bermúdez se soltó de su agarre.

– Hijo de puta. No has podido mantener tu polla quieta y has tenido que follarte a tu amante delante de Raquel. Alguien tenía que abrirle los ojos y demostrarle quien eres realmente.

–Cierra tu puta boca– le dijo Carlos con los dientes apretados.

–¿Quieres que me calle? ¿Acaso crees que Raquel va a volver a creer en ti? Siempre has hecho lo que has querido.

Las veías, las follabas y las abandonabas. No es fácil perder las antiguas costumbres ¿Verdad quita bragas?

–Te he dicho que cierres la puta boca–. Carlos tenia la mandíbula tan apretada que parecía que se le iba a romper en cualquier momento.

–¿Ya le has contado a Raquel que Laura está preñada? ¿O eso lo guardas como una sorpresita para el final?

Eso fue suficiente para que Carlos perdiera la poca paciencia que le quedaba. Se lanzó sobre Bermúdez como una bala de cañón, hacia sus costillas, cayendo los dos contra el suelo. Marcelo me apartó para evitar recibir un golpe mientras los demás veían a Carlos propinar a Bermúdez la paliza de su vida.

Nada de lo que sentí en ese momento se podía comparar con la sensación de vacío que se apoderó de cada rincón de mi cuerpo.

Gracias a Marga tomé la distancia que creí que me ayudaría a olvidar y a dejar atrás el dolor y la humillación. Después de todo no tenía a donde ir, así que acepté su invitación para esconderme durante un tiempo en su piso en la ciudad de Pamplona para poder decidir qué haría de ahora en adelante. La ciudad, fuera de las famosas fiestas de San Fermín seguía hirviendo en un trasiego de turistas cargados de cámaras fotográficas y souvenirs. Todos con una intención, todos con un lugar al que volver. Todos menos yo.

El piso de Marga estaba situado en la Plaza del Castillo, uno de los edificios con más solera de la ciudad.

La fachada en un color rojo teja natural hacia resaltar las ornamentaciones en color crema de los trabajados balcones que daban a la plaza ofreciendo a la vista de los transeúntes una imagen del pasado lleno de sobriedad y elegancia. La cafetería que tomaba el nombre de la plaza era el lugar habitual en el que Marga se distanciaba del mundo o eso me había dicho, por lo que decidí comprobar si conseguiría obrar la misma magia en mí.

Ahora más que nunca tenía que probarme a mí misma que no iba a correr riesgos por un hombre nunca más, aunque la idea de él teniendo un hijo con otra me estaba matando.

Me tragué la bilis que quería resurgir pero esta vez no pude mantenerla controlada. Corrí al baño y dejé salir todo el contenido de mi estómago.

Me tomé un momento para calmarme y convencerme para alejarme del balcón por el que quería saltar simplemente porque me habían metido en una situación que era demasiado para mí.

Demasiadas cosas estaban sucediendo en un corto período de tiempo y no tenía fuerzas para asimilarlas todas.

Una semana después de llegar a la ciudad, dos cafés, un refresco y una cerveza, fue lo que pidieron los cuatro hombres que se sentaron en una mesa cercana a la mía y que no me quitaron la vista de encima, mientras yo tomaba un té con tanta desgana que a pesar del calor del sol de la una de la tarde, se había quedado completamente frío.

Me había sentado en aquella mesa para tomar un poco el sol, intentando que mi mente se achicharrara con su calor y así borrar el recuerdo de Carlos follándose a la perra de Laura. Casi me río a carcajadas al darme cuenta del vocabulario soez que estaba utilizando últimamente.

Pero mi particular conversación se vio interrumpida cuando al abrir los ojos me encontré de frente con la cara sonriente de uno de los hombres más atractivos y poseedor de los ojos azules más hermosos que mi corazón roto me permitía reconocer.

–Le ruego me perdone señorita no quisiera importunarla, pero… Soy Hans…–Me quedé asombrada por su atrevimiento y al más puro estilo de una descarada impertinente, desfogué toda mi rabia y frustración con el pobre hombre.

–¿Qué le perdone? ¿Pero, pero ustedes de que van? No, no me venga con perdone señorita ni narices. No creo haberle dado ningún indicio de que estuviera interesada en que se acercara a mí. No me interesa conocer a nadie ni que me endulce los oídos diciéndome lo guapa o sexi o lo que narices quiera, para conseguir hacer otra muesca en su cinturón…

–¿Cómo?

––Ni como ni leches. Se está equivocando. No se crea que porque es usted bastante atractivo, con esa camiseta marcando musculito y sus gafas de niño bueno, me va a hacer caer como la tonta que se cree que soy.

Soy una mujer adulta, independiente y no el juguetito de nadie, para que venga aquí sin conocernos de nada…

–Solo venía a decirle que soy Hans… y somos vecinos. Marga nos pidió encarecidamente que cuidáramos de usted por si necesitaba algo.

–<tierra trágame> Yo…Yo…– No sabía que pensar, ni que decir, y mucho menos como disculparme. El pobre hombre sólo quiso ser un buen vecino como amigo de Marga y yo me comporté como lo peor de lo peor.

Tomé la única salida que me quedaba. Salí corriendo mientras las lágrimas de la vergüenza se precipitaban por mi cara. Dándome cuenta que no importa donde te escondas o lo rápido que puedas correr, el dolor y la vergüenza van contigo como una sombra cruel y perenne, dominando tus actos, tu vida y tus sueños.

Pocas horas después me sobresaltó el timbre de la puerta. Marga había venido a pasar el fin de semana conmigo. Según ella gracias a la llamada de Hans que le avisó de mi estado depresivo.

–Gracias por venir. – le dije echándome en sus brazos y llorando como una idiota.

–No hay problema –dijo Marga al pisar el recibidor de su piso. –Fue bastante divertido burlarme del pobre Hans cuando me contó lo ocurrido. Aunque no creo que me creyera cuando le dije lo dulce y tímida que eres y que estabas tomándote unos días de reflexión.

–Es posible que no sea suficiente un poco tiempo para reflexionar Marga. Creo que no lo voy a conseguir. Me estoy volviendo loca y arremeto contra personas inocentes.

Mi amiga me miró y sólo me ofreció una sonrisa jovial y despreocupada.

–No, no puedes conseguirlo porque no dejas de pensar en ello y nada se arregla dando vueltas siempre en el mismo asunto.

La miré y no pude dejar de sonreírle, para agradecerle que ella estuviera disponible para recoger mis pedazos y para tratar de mantenerme cuerda.

–¡Se acabó!– Dijo mientras me sujetaba de un brazo y al mismo tiempo recogía mi bolso arrastrándome hasta la calle.

– ¡ Vamos a buscar un rincón oscuro para ahogar nuestras penas, y luego vamos a bailar hasta que no podamos recordar nuestros nombres! Bueno mejor tú bailas y yo te hago los coros.

Me reí con ella, la idea me sonó a música celestial. Un momento para escapar de los pensamientos que constantemente corrían por mi cabeza y el dolor en mi corazón.

Por culpa de mi desconocimiento de la ciudad terminamos en un disco bar en una calle desconocida para mí.

Sólo rogaba que no perdiéramos nuestro sentido de la orientación por culpa del alcohol y termináramos preguntándole a un policía como llegar a casa.

El local en sí era el típico que te puedes encontrar en cualquier ciudad.

Colores oscuros en las paredes, una pista central para bailar llena de luces psicodélicas y casi en penumbras un amplio abanico de mesas y sofás repartidos de forma estratégica, para proporcionar cierta intimidad a los clientes

Bajé mi vaso sobre la mesa con serias dificultades, dándome cuenta que mis labios estaban un poco adormecidos. No, mejor dicho completamente adormecidos.

Con problemas vi a Marga sonreírle a un hombre sentado en un taburete en la barra para luego volver a mirarme a mí, mostrándome una sonrisa ilusionada. Ella también estaba elegantemente licorizada.

– Se parece un poco al Capitán Ramiro.– dijo suspirando.

Me alegré por mi vestido gris perla que mi copa estuviera vacía, de lo contrario hubiera derramado todo el contenido sobre él.

No sabía por que era tan divertido, porque realmente no lo era, pero mi cabeza comenzó a jugarme malas pasadas y a hacer conexiones extrañas.

El Capitán Ramiro me hizo pensar en el trabajo, el trabajo me hizo pensar en Carlos y el pensamiento de Carlos sólo me hizo quererlo a él. Todo de él.

Marga dándose cuenta de lo que estaba pensando, pidió otra ronda al camarero.

–No pienses en él. No pienses esta noche. No quiero verte triste.

–Tienes razón– le dije con una sonrisa, esperando que me creyera, aunque sabía que no estaba siendo muy convincente.

El camarero deslizó otra ronda de bebidas frente a nosotras.

–Gracias– le murmuré, mientras, me concentré en agitar el hielo de mi copa con mi dedo índice para evitar pensar en Carlos y preguntarme qué estaría haciendo, o si estaría con esa… esa... Fallé miserablemente.

– ¡Lo sabía. Sabía que no podrías dejar de pensar en Carlos! –Gritó, atrayendo la atención de las personas que nos rodeaban.

–Lo siento le dije, torciendo los labios. –De verdad.– Volviendo a concentrarme de nuevo en mi bebida y molesta por decepcionar a mi amiga.

–Oye– dijo ella frotando una mano a lo largo de mi brazo.

–No puedo imaginar como... lo siento... sólo estaba tratando de sacarte un poco de la tristeza.

Arqueé una ceja ante su sonrisa llena de culpabilidad y simplemente apoyé mi cabeza en su hombro.

–Entonces, ¿has hablado con él, te ha llamado? – Me preguntó.

–Creía que no querías que hablara de Carlos y menos que pensara en él.

–Es difícil no hablar de tu Carlitos, cuando camina con ese contoneo sexy, y esos ojos negros que cuando te miran parece que te dicen ven y fóllame, y todo él tan… caliente. Raquel, guapa, la única razón para sacar a un hombre como él de la cama es para follártelo en la mesa de la cocina, o en la ducha, o el suelo, ¡uf! Creo que deberías dejar de beber, se está empezando a borrar tu cara.

Me eché a reír, a reír de verdad hasta que, de repente, la risa llenó de lágrimas mis ojos. Mi risa se convirtió en un sollozo y maldije al alcohol culpándolo por hacerme extrañarlo como una loca.

–Sácalo todo preciosa– me dijo Marga poniendo su brazo alrededor de mis hombros y tirando de mí para acercarme más a su lado.

Estaba jodida, sentada en un bar una noche de viernes con mi única amiga y todo lo que podía hacer era pensar en Carlos. ¿Estaría bien? ¿Sería feliz por su próxima paternidad? ¿Por qué no me ha llamado? ¿Estaría pensando en mí, como yo en él?

–¿Por qué no le llamas tú? Déjale explicarse y si no te da las respuestas adecuadas le das carpetazo de una vez.

–Ahí está la pregunta del millón. Todo este asunto con Laura. Sacar a relucir su pasado o su traición. Saber como ellos han estado…No puedo.

Quiero hablar con él, lo admito, pero tengo tanto miedo. Miedo a que me confirme que la quiere a ella. Miedo a verlo feliz porque va a ser padre. Ni yo misma lo entiendo amiga.

Sólo sé que si me confirma todo eso lo habré perdido de verdad. Y siento tanto rencor hacia ellos.– Le dije a Marga con un nudo en la garganta, mientras las palabras salían arrastrándose de mi boca. Definitivamente estaba borracha.– Tanto rencor por romper mis sueños. Pero aún así, sigo soñando que me quiere, que todo fue una encerrona de esa… esa guarra. Y si me dice que lo siente, que está feliz, no me quedará nada.

–Pero Raquel cielo. Tienes que enfrentarte a la verdad y luchar o retirarte, para poder alcanzar otros sueños. Mírame a mí. Tengo cincuenta años y llevo más de diez loca de amor por nuestro hermoso, caliente y escurridizo Capitán Ramiro mientras él me ignora como si estuviera pintada en la pared. ¿Eso me ha detenido? ¡No!

Mis ojos se abrieron como platos ante la confesión de los sentimientos no correspondidos entre ella y el Capitán. Pero el índice de alcohol era ya demasiado alto en nuestras venas, por lo que decidí dejarla hablar un rato más y conocer un poco mejor a esta gran mujer que me estaba dando tanto apoyo y amistad.

–¿Cuáles son tus sueños Marga? –le pregunté completamente interesada y porque no decirlo consumadamente ebria. Por unos instantes estaba consiguiendo dejar de pensar en Carlos. Un punto para mí.

–¡Uf! Tengo muchos mi pequeña discípula. Pero el más, más recurrente aunque sé que nunca se hará realidad es, cuando sueño que soy una prostituta que ejerce su infame trabajo en la calle Las Tapias, cuando un hombre guapísimo de pelo cano conduciendo un Ferrari último modelo, se para ante mí y me ofrece 5000 dólares por pasar un fin de semana de sexo caliente, en un hotelazo de súper lujo. Que le encanta verme cantando mientras tomo un baño de espuma y me regala un vestido rojo precioso que resalta el collar de diamantes que le presta un joyero amigo suyo. Y días después se da cuenta que está loco por mi y regresa a buscarme.

–¿Y por qué dices que no se puede hacer realidad tu sueño? ¿Por qué es el argumento de una película?

–¡No! No es por eso. No se puede cumplir… porque la calle Las Tapias es peatonal.

Las carcajadas que se nos escaparon fueron tan altas que todos los clientes del disco bar se giraron a mirarnos, a pesar de lo estridente de la música que sonaba en esos momentos.

Así nos dirigimos de vuelta a casa, entre risas y tropezones por las calles de Pamplona y cantando al más puro estilo de Pimpinela, alternando las voces.

¿Quién es?

Soy yo.

¿Qué vienes a buscar?

A ti.

Ya es tarde.

¿Por qué?

Porque ahora soy yo la que quiere estar sin ti…

Antes de quedarme dormida y a pesar de la cantidad de alcohol que circulaba libremente por mi sistema, volví a pensar en Carlos, en su amor perdido.

Porque no importa cuán deprisa corras, donde te escondas, o lo mucho que bebas, el dolor lo llevas siempre contigo.

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