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En el tren de las ocho XVIII

  • Atane Sanz
  • 18 may 2015
  • 8 Min. de lectura

Capitulo 10 - Revelaciones

Merxe y Marcelo

–Buenos días– Saludé a mi madre mientras me sentaba a su lado en la cocina.

–Buenos días hija. ¿Estás bien? Nunca te levantas tan tarde. Es casi medio día.

–Lo siento mucho madre. Estoy…

–¿Cansada? ¿Harta de aparentar que todo está bien? ¿Hasta cuándo vas a seguir aparcando tu vida?

–He callado tanto tiempo… tantos secretos… Y ahora sé que voy a hacerle daño a alguien que no se lo merece…Soy tan cobarde…

Y así, entre tanta incertidumbre, empujada por el miedo y la vergüenza se lo conté todo a mi madre. Le conté mi primera borrachera, mi primer porro, cuando perdí la virginidad, la maldad de Laura. Como me enamoré de Marcelo el amigo de mi hermano. Como conocí a Iker, sus celos, sus malos tratos hacia mí. Porqué mantuve en secreto la paternidad de Carlitos y sobre todo por que después de tres años tenía que decirle a Marcelo que era el padre de mi hijo.

–¿Por qué se lo tienes que decir ahora, hija?

–Porque ya no es un secreto, madre. Se lo tuve que contar a Raquel para que supiera como era realmente Laura. Para que le diera una oportunidad a mi hermano de ser feliz.

–Y como siempre a costa de la tuya ¿Verdad? Y por cierto ¿Cuándo voy a conocer a Raquel?

Sonreí por primera vez desde hacía muchos días. La curiosidad de mi madre y las ganas de vernos felices cambiando de tema para no agobiarnos, o simplemente no hurgando en la herida no dejaba de asombrarme.

–Pronto, y te va a encantar. Ya lo verás.

Hablé con Raquel por teléfono y estaba segura haber oído a mi hermano de fondo diciéndole las cosas típicas de una pareja en plena reconciliación.

Su reencuentro era un hecho y me confirmó que esa misma noche, aprovechando nuestra estancia en Bilbao vendrían para hacer oficial su compromiso y conocer por fin a mi madre y a mis hijos.

Me sentí realmente feliz por ellos. También le pregunté si le había contado a Carlos sobre el origen de mi hijo menor. Me contestó con un categórico ¡No! Pues no era su secreto y consideraba que debía ser yo quien se lo dijera, en primer lugar a Marcelo, y después a Carlos.

Consideré aprovechar la tarde para ir al encuentro de Marcelo.

Mi mente barajaba una y otra vez como se lo iba a contar y preparándome para su reacción. Que se me revolviera el estómago fue lo único que saqué en claro.

Decidida y supongo que también muerta de miedo, dado el temblor persistente en mis piernas me dirigí a su casa. Al entrar en el vestíbulo de su edificio me paré en seco cuando vi a alguien conocido dejando el ascensor.

Era Laura.

Se me pasaron las náuseas de golpe y un cabreo descomunal se puso en su lugar.

–¿Que estás haciendo aquí?.– Se le veía muy desmejorada. Su pelo desarreglado, y por una vez la ropa era de su talla. La chaqueta a conjunto con el pantalón le caía un tanto desgarbada.

–Vine a hablar con Marcelo–dijo retorciéndose los dedos de las manos. Su chulería brillaba por su ausencia. Sólo el reflejo en sus ojos de un profundo odio, me avisaban que debía ir con mucho cuidado.

–¿Hablar con Marcelo? ¿De qué?

Me miró sin ningún disimulo. Quería que viera lo mucho que me despreciaba.

–¡Merxe, Merxe, Merxe! llevo tantos años odiándote que ya he perdido la cuenta.

La niñita de sus papás que siempre hacia lo correcto, aunque se equivocara, la perfecta estudiante, la protectora del gígolo de su hermanito.

Me robaste el amor de Iker, aún sabiendo que querías a otro. Le diste un hijo que debería haber sido el mío.

Lo despreciaste, le pusiste los cuernos como una vulgar prostituta en el parking de un centro comercial, lo volviste loco de celos y por fin lo desechaste como a una colilla. Y aún así lo tenías tan embrujado que no quiso regresar a mí ¿Y me preguntas de qué tengo que hablar con Marcelo? ¡ja! Tu querido e inalcanzable Marcelo.

Vine a decirle quién eres realmente. La clase de zorra que eres.

No te mereces nada de lo que tienes y voy a conseguir quitártelo todo, igual que me lo quitaste a mí. Te voy a quitar la posibilidad de ser feliz. Ahora ya sabe que has parido un precioso bastardo de él.

Puede que incluso ponga en duda la paternidad de tu hijo mayor.

–¿Todo esto es por Iker? ¿Por un hombre que no te quería?

Déjalo ya Laura, por favor. Estás mal. Déjame ayudarte, te prometo que voy a estar a tu lado…

–¿Quieres ayudarme de verdad Merceditas? Sólo tienes que morirte, tú y la mosquita muerta que está con tu hermano. Sois una plaga que hay que exterminar, sois… –Sus ojos destilaban tanto odio que no pude controlarme. Juro que lo intenté, pero cuando quise darme cuenta tenía la mejilla enrojecida con la figura de mi mano y un pequeño hilo de sangre salía de la comisura de su boca.

–¡ja, ja, ja! Te arrepentirás de esto también, puta. Si crees que con una bofetada vas a detenerme, estas muy equivocada. Mejor me marcho, pero sube, sube a ver a Marcelo, seguro que te está esperando.

Por primera vez en mi vida sentí miedo, miedo de verdad. Ni los gritos y las palizas de mi difunto esposo consiguieron hacerme temblar como lo había conseguido Laura con sus palabras.

El ascensor parecía no querer llegar nunca a la quinta planta donde tenía él su apartamento. Me sentía impaciente, no sabía lo que esa loca había sido capaz de hacer. ¿Lo habría herido de alguna forma irremediable?

Cuando por fin llegué, Marcelo estaba sentado en el suelo con la puerta abierta, la cabeza entre sus rodillas flexionadas y en sus manos sujetaba con fuerza una buena cantidad de fotos y una hoja de papel que arrugaba una y otra vez como si fuera una de esas pelotas anti-stress.

Me acerqué y me arrodillé frente a él. Su aspecto era el de un hombre destrozado. Entré en pánico, todo el dominio sobre mis sentimientos salió volando y por fin vi con claridad como tenían que ser las cosas, como debieron serlo desde el principio.

Marcelo levantó la cabeza y pude ver sus ojos enrojecidos, antes de verme arrastrada entre sus brazos y aprisionada contra su pecho.

Lloró desconsolado escondiendo su cara en mi cuello.

–Por Dios, Merxe– sollozaba.

–Lo siento mucho, perdóname Marcelo, nunca quise hacerte daño– Mi tono histérico me delató, pero por nada del mundo quería soltarme de su abrazo. A pesar de todo, su olor, su calor devolvían a mi alma una paz y una seguridad que hacía años no sentía.

–¡Por todo los santos Merxe! ¿El bebé es mi hijo? ¡Explícate, por favor!– Gritaba intentando soltarse. Las fotos de nuestro encuentro en el parking cayeron al suelo junto a la carta arrugada en la que le desvelaban sin tapujos, todos y cada uno de mis secretos.

Laura se había asegurado el tiro dejándole toda la información por si no podía decírselo personalmente.

Pero era más fuerte que yo. Nos puso de pie y consiguió que me soltara quedando frente a frente, sujetándome por los brazos, esperando una respuesta.

–Perdóname, no quería herirte, tampoco engañarte. Yo slóo…no quise presionarte…ni ponerte en peligro. Conocías a Iker, sabías como era… y tú eras tan libre, siempre con una mujer diferente colgada del brazo…y callé… Después murió Iker, pero tu seguías con tu vida, yo entonces estaba tan furiosa contigo…–le susurré lastimosamente.

Pasaron unos instantes sin que ninguno de los dos dijera nada. Por fin me atreví a mirarlo. Se peinó el pelo con los dedos, estaba estupefacto. Dejó caer los brazos colgando a sus costados mientras me observaba atentamente.

–¿Cuándo pensabas decírmelo?

–No lo sé–Ni siquiera intenté mentirle, no tenía sentido–Eres un mujeriego, el mejor amigo de mi hermano y yo no soy una jovencita sin equipaje.

–¿Es verdad lo que dice Laura y lo que pone en la nota? Que siempre has estado enamorada de mi? –Me preguntó a media voz.

Asentí, no podía hablar. Cerró los ojos para no mirarme, mientras una lágrima corría por su mejilla. Me sentí aún más culpable cuando cayó de rodillas abrazado a mi cintura con la cara apoyada en mi vientre.

Mi respuesta natural fue abrazarle, sujetándolo fuertemente contra mi cuerpo.

–Perdóname–le dije en voz baja.

No me contestó. Se puso de pie y me cogió en brazos. Cerró la puerta del apartamento ayudándose con un pie y se dirigió en absoluto silencio, directamente a su habitación.

Me puso suavemente en el centro de la cama mientras él, se paseaba de un lado al otro de la habitación como un león enjaulado.

–¿Por qué me lo ocultaste Merxe?

–Tenía miedo. Aún lo tengo.–Tenía que saber toda la verdad, tenía que saber que toda esta situación me tenía aterrorizada.

–¿Tienes miedo de mí?

–No, de ti no, tengo miedo de tu rechazo. Siempre lo he tenido.

Levantó la vista muy despacio, y en sus ojos vi una tristeza y una madurez que no había mostrado nunca. Tomó mi mano y la sujetó en su pecho.

–¿Lo notas? Latió desbocado cuando hicimos el amor hace tres años. Se llena de felicidad cuando te veo o cuando hablamos. Se parte de tristeza cuando me ignoras, como hace unas semanas, cuando hablamos por teléfono y te dije que te quería.

Te he amado intensamente desde que te vi la primera vez en aquella fiesta. Lloré como un chiquillo cuando decidiste casarte con otro. ¿Y eres tú, quien tiene miedo al rechazo?

Te quiero Merxe, con toda mi alma. No sé que tengo que hacer para que me creas, o como conseguir que me quieras como yo te quiero a ti. Elígeme, Merxe, para no dejarme nunca. No soporto verte en los brazos de otro que no sea yo. Duele demasiado.

–Tshiiii, Te quiero Marcelo, desde siempre, te quiero.–Le dije con un hilo de voz.

Sonrió tímidamente mientras ponía en mi boca un beso. Un beso dulce, tierno, pero sin excusas. Un beso que era amor, puro, duro.

Cerré los ojos mientras su boca cubría la mía, abriéndome a sus labios sin prisa.

Su lengua me acariciaba, se retorcía con la mía, se retiraba y volvía a entrar, seduciéndome poco a poco.

Intenté no pensar a cuantas mujeres habría besado para ser tan experto. Le abracé para compensar los celos que me consumían, anclándome a su cuello. La sombra de su barba recorriendo mi mejilla, mi cuello, el nacimiento de mis pechos, me provocaron un cosquilleo en cada centímetro de mi piel.

Cuando se apartó de mí para quitarse la camisa tuve que echar mano de todo mi control. Su cuerpo tonificado, sus abdominales, eran un reclamo para mis manos. Aunque pronto olvidé sus pectorales, cuando se deshizo de los pantalones y dejó a mí vista sus robustos muslos y su increíble erección.

Se quedó delante de mi desnudo, mientras yo luchaba por desabrochar la cremallera de mi vestido. Estaba perdiendo el control y la vergüenza. Tenía prisa por quitarme cualquier barrera que me impidiera sentir su piel.

De repente sentí sus manos tibias por todo mi cuerpo, poniéndome la carne de gallina a su paso, hasta que cogió mis pechos y sentí su aliento en los pezones.

Chupó, lamió, besó y volvió a empezar, volviéndome loca de deseo en el proceso.

Cuando me penetró de una sola envestida, echó la cabeza hacia atrás dejando escapar un gemido ronco que me catapultó a la locura.

Entraba y salía de mi con movimientos llenos de un amor fiero, hasta que el clímax nos llegó por sorpresa dejándonos exhaustos momentáneamente.

Permaneció en mi interior aún completamente erecto, mientras intentábamos normalizar nuestras respiraciones.

–Ha sido perfecto–le dije mientras satisfacía mi necesidad de abrazarlo, intentando compensar todos los años que lo había añorado.

–¿Te gusta nuestra habitación cariño? Espero que sí, porque vas a pasar mucho tiempo sin salir de ella y de nuestra cama.

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